Por Alejandro Mondragón
Un año de una limpieza profunda de Puebla es lo que arrojan los primeros 365 días del gobierno de Luis Miguel Barbosa.
Este sábado se cumple el primer año, precedido de una tragedia y un estado que no reventó, pero que dejó el hedor de la corrupción e impunidad.
Barbosa llegó en agosto de 2019, ocho meses después de que le ejercieron un presupuesto que no le correspondía.
Arribó con una clase política adversa, la que sólo en su peor pesadilla se imaginó a Barbosa de mandatario.
En la medida que golpeaba las estructuras de corrupción empezaron los ataques contra su salud.
Primer año de un arranque de administración en el que no se pacta con la delincuencia: los cárteles del crimen organizado, pero lo más importante es el desmantelamiento de las estructuras de poder que se coludieron con los malandros.
La limpieza también hay que decirlo se registra en su gabinete. Han dejado posiciones quienes desde el arranque de la gestión barbosista creyeron ser intocables.
Y los movimientos seguirán como una constante: perfilar un gabinete de izquierda progresista de la 4T.
Un primer año marcado ya por el coronavirus. Así se le recordará, como al mandatario que le tocó la peor crisis sanitaria.
En medio de la atención de la pandemia, Barbosa limpia la casa, lo que ha afectado intereses económicos, ha cerrado la llave del despilfarro y vigila que nadie pellizque el erario.
Es incapaz (Barbosa) de pedirle a su secretaria de Finanzas que le mande dinero en efectivo. Nada se maneja a trasmano. Todo con factura e IVA desglosado, lo que sin duda ha alterado costumbres de sexenios pasados.
Se acabaron los convenios obscenos que tanto gustaba formalizar el morenovallismo para la imagen del 01.
¿Qué falta?
Todo, sin lugar a dudas. Más ahora que la pandemia modificó escenarios.