Por Jesús Manuel Hernández
Salvo el primer círculo del presidente López Obrador, Ebrard incluido, nadie ve con buenos ojos el viaje a los Estados Unidos a entrevistarse con uno de los políticos del vecino país que más ha ofendido a México.
Andrés Manuel no es ingenuo, es peleonero de barrio, jugador de volados, baila el trompo y hacía malabares con el balero. Pero de política exterior poco se le ha sabido, máxime cuando en sus repetidas conferencias se refiere a los organismos internacionales o a los diarios que le critican desde otras naciones, con un simple “yo tengo otra información”.
Qué anima entonces al presidente a viajar a Estados Unidos luego de la invitación, obligatoria quizá, no de petición con un “please”, sino más bien en respuesta a “toda la ayuda que Trump nos hadado”, según versión del inquilino de palacio Nacional.
¿Acaso será que Trump necesita de López Obrador para acallar las revueltas de las ciudades donde el racismo se ha manifestado?
¿O será quizá que ve en AMLO al gran operador del voto chicano que pueda garantizarle la reelección en la Casa Blanca, convirtiéndose con eso en su virtual jefe de campaña en español?
Los analistas especializados, como Jorge Castañeda o Jorge Ramos, con trayectoria en el vecino país, han descalificado y pedido al presidente que no vaya, lo consideran innecesario.
Bernardo Zepúlveda Amor, ex canciller mexicano y embajador emérito, le envió una carta a Marcelo Ebrard en estos términos:
“No existe, a mi juicio, un fundamento político que explique una visita de esta naturaleza. Tampoco existe un motivo que justifique la oportunidad de la visita, en momentos en que se lleva a cabo un proceso electoral en Estados Unidos y en donde la asistencia del Presidente López Obrador a una ceremonia irrelevante se habrá de interpretar como un apoyo a la reelección del Presidente Trump. Los efectos políticos negativos que se producirán en México y en Estados Unidos, de realizarse esa visita, habrán de ser perdurables…”.
Ha trascendido que la invitación no ha sido definida en el protocolo como “visita de Estado”, no habrá ceremonia de recepción en el aeropuerto oficial, tampoco los honores en la Casa Blanca, el hospedaje en la residencia de Jefes de Estado, y un largo etcétera, que hace de esta reunión una entrevista “sui generis” donde la conversación será entre los traductores, pues el uno no habla inglés y el otro no entiende el español.
¿Se tratará acaso no de una invitación sino de una “orden” de Trump a López Obrador?, asunto que dejaría al país muy mal parado más que cuando el chiste aquél hecho a López Mateos que esperaba en el puente de El Chamizal al presidente Lyndon B. Johnson. Mientras llegaba, un bolero se ofreció a limpiar los zapatos de López Mateos, le doble la valenciana para poder asear los zapatos del mexicano; de pronto se apareció Johnson y un miembro del Estado Mayor le advirtió a López Mateos, quien quitó el pie del cajón del bolero, el asistente presidencial se le acercó al oído y le dijo en voz baja “señor presidente, los pantalones, bájese…” y don Adolfo soltó una carcajada y dijo “¿tanto les debemos?”
¿Qué habrá atrás de la reunión presidencial, los temas comerciales, la renovación del tratado entre México, Estados Unidos y Canadá, el narcotráfico, la venta de armas a los cárteles mexicanos, las caravanas de Centroamérica? Todo mundo se pregunta lo mismo.
¿A qué va López Obrador a saludar a Trump, cuando no hay ningún escenario favorable a México? Y la respuesta está por llegar.
O por lo menos, así me lo parece.