Por Valentín Varillas
Callado, muy callado ha andado el senador por Morena Germán Martínez, en temas que se han convertido en fundamentales para el discurso de la 4T a la que ahora pertenece.
En el caso de la defensa de Manuel Bartlett, por ejemplo y sus inconfesables negocios al amparo del poder.
A diferencia de otros correligionarios que se han desgarrado las vestiduras en defensa del ex gobernador poblano, quien fuera líder nacional del PAN ha preferido mantenerse al margen de la polémica por un asunto de congruencia.
Imposible defender a un personaje al que, desde el púlpito de la derecha nacional fustigó y criticó sin miramientos.
Por ejemplo, en la coyuntura electoral poblana del 2016.
Martínez, en una columna publicada en Reforma, aseguraba no entender la lógica de la alianza PAN-PT, el partido de Manuel Bartlett.
Recordó la defensa “heroica” del triunfo panista en Huejotzingo en el 96, cuando Ana Teresa Aranda subió sus bonos políticos, al enfrentar sin miramientos al entonces poderoso gobernador.
Para él, la alianza con el Partido del Trabajo era “una vergüenza” e iba a contrapelo de los principios básicos que enarbolaron los fundadores de Acción Nacional y que fueron en su momento la razón principal de su fundación: el combate frontal a figuras que hicieron de la corrupción un método para escalar posiciones en lo político y enriquecerse en lo económico.
Hoy, paradojas del destino, Martínez y Bartlett son compañeros de lucha.
Con matices, si quiere, pero van en el mismo barco político.
Por cierto, a Germán tampoco debe de gustarle mucho el que Felipe Calderón se haya convertido en el centro del linchamiento público de los defensores de la 4T.
Aliados en lo político y con una relación personal inmejorable, enfrentaron juntos batallas memorables que quedaron grabadas para siempre en el imaginario colectivo de militantes y simpatizantes del blanquiazul.
Martínez fue el general al que el comandante en jefe le encargó la desaparición de “El Yunque” cuando formaban parte del mismo ejército.
En el sexenio de Calderón, como líder del PAN, recibió la encomienda directa del presidente y amigo de aniquilar al enemigo histórico de Felipe y su familia y concretar así una venganza que llevaba décadas en el tintero.
En teoría, estaban dadas todas las condiciones para lograrlo: el control absoluto del partido y el apoyo irrestricto de la presidencia.
Sin embargo, Germán tenía otros planes.
Lejos de acatar las órdenes presidenciales, se acercó a los miembros de la organización.
Buscó a las cabezas visibles de los grupos de panistas defenestrados y les pidió un estudio completísimo de su situación.
Quiénes eran, qué hacían y las razones por las que habían sido relegados de posiciones importantes en gobiernos emanados del blanquiazul y en las estructuras del partido a nivel central y en las entidades federativas.
Una vez con la radiografía completa, lejos de aniquilarlos se acercó a ellos y pactó dejarlos vivir a cambio de garantizarle un paso tranquilo por la presidencia del CEN.
Y así fue.
Al mismo tiempo, al presidente Calderón le reportó que El Yunque, en los hechos, prácticamente ya no existía.
Que se trataba de una leyenda como la del Chupacabras o la Llorona y que no existían razones siquiera para preocuparse por una organización “muerta” en términos de influencia al interior del partido.
De esta manera, mientras Germán Martínez gozó de absoluta paz como líder del partido y en los años posteriores, Calderón recogió todo tipo de enconos, venganzas y traiciones, una vez terminado su sexenio.
El tufo de la culpa, no le ha permitido al ex panista subirse con todo en contra de quien fuera su jefe y amigo.
¿Cuánto le costarán, por cierto, estos silencios?
Con seguidores presidenciales cada vez más radicales y extremos, no es difícil pensar que muy pronto van a cobrarle la factura.
Y muy caro.
Arrojarlo fuera del paraíso morenista y condenarlo a un destino muy similar al de la senadora Lily Téllez, por ejemplo.