22-11-2024 05:00:26 PM

Peña, un mexicano feliz, feliz

Por Valentín Varillas

Lo declaró Santiago Nieto Castillo, titular de la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda, hace apenas unos días: “…hasta ahora no existen elementos que vinculen al ex presidente Peña, con los actos de corrupción que se le imputan a Emilio Lozoya, ex director de Pemex”.

Es decir, en la óptica oficial de este gobierno, el hombre más poderoso de México del sexenio anterior desconocía que uno de sus incondicionales de mayor confianza estaba saqueando la paraestatal.

La misma lógica de deslinde han aplicado en el caso de la Estafa Maestra, uno de los actos de corrupción oficial más escandaloso de la historia moderna del país.

En teoría, el que fue presidente no sabía tampoco que se habían desviado más de 7 mil millones de pesos de recursos del erario, a través de la utilización de 128 empresas fantasma y que involucró a 11 dependencias del Estado mexicano, ocho universidades públicas y más de 50 servidores públicos de los distintos niveles de gobierno.

Resulta poco menos que increíble que, en 16 meses de gobierno, la famosa 4T asegure no tener las bases legales suficientes para, por lo menos, iniciar una investigación formal a EPN.

Y es que, la prisa con la que se ha exonerado de facto a Peña, supondría que sus subordinados se mandaban solos y que tenían el poder y la jerarquía para operar una red de desvío de miles de millones de pesos del erario, ellos solitos.

Que el presidente, el hombre más poderoso de este país, se quedaba siempre al margen de los enormes beneficios que arrojaban los acuerdos de altísimo nivel a los que se llegaba con miembros de la crema y nata de la vida pública y privada nacional.

Vaya mentada de madre a la inteligencia más elemental.

Esta es la misma línea de razonamiento que utilizan quienes, en su afán de defender lo indefendible, aseguran que Felipe Calderón no sabía nada de los pactos inconfesables de su secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, con el cártel de Sinaloa.

Por favor.

Dicen los que saben que no hay que espantarse, que los amarres entre los que llegan y los que se van, por décadas, han sido la constante en la vida pública del país.

Sus defensores a ultranza inclusive los justifican, vendiendo que son fundamentales para garantizar la gobernabilidad en tiempos de cambio.

Por eso en México a contrapelo de otras democracias que consideramos inferiores a la nuestra, hemos sido incapaces de llevar a cuentas ante la justicia a algún ex presidente.

Y vaya que justificaciones han existido de sobra.

Sin embargo, los que ahora nos gobiernan se cansaron de jurarnos hasta la saciedad que eran diferentes, que había una luz de esperanza ante la amenaza de que en este país se llegara a la triste, dramática conclusión de que todos los que llegan son iguales, sin importar partidos, ideologías, logos o colores.

Tienen que demostrarlo con hechos.

Quedan todavía más de tres años para demostrarlo.

Mientras, sabedor de que el pacto de impunidad sigue vigente, Peña Nieto se ha dedicado, con total tranquilidad a disfrutar de la vida.

Ha viajado hasta la saciedad por los destinos más exclusivos del mundo y juran los que saben que se ha convertido en el auténtico rey del mundo inmobiliario de Madrid, la capital española.

Un ejemplo claro de un mexicano, feliz, feliz…

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