Por Alejandro Mondragón
Si algo hay que agradecer a la alternancia en el poder en Puebla es que abre los ojos, mejora la capacidad auditiva y recupera el habla a la oposición.
Mientras el PAN, por ejemplo, fue gobierno en Puebla sufrió de embolia: no veía, tampoco escuchaba y mucho menos se comunicaba con los ciudadanos.
Los gobiernos emanados del blanquiazul toleraron la expansión del huachicol y abrieron la puerta a la delincuencia para asociar intereses en operaciones de cuello blanco.
Ante los feminicidios, las panistas se opusieron a la emisión de la alerta de género y bloquearon cualquier acción. El caso más notable fue Nadia Navarro, del PSI respaldada por el PAN para llegar al Senado, desde donde exige, reclama y pide todo aquello que negó a las mujeres como directora del Instituto Poblano de la Mujer.
La dirigencia panista, a cargo de Genoveva Huerta, fue cómplice del morenovallismo en momentos en que se eliminaron las agencias del ministerio público y nadie podía interponer denuncias. Como partido permitió que se partiera el Estado.
El PAN se sumó a la teoría del cohetón para criminalizar al pueblo de Chalchihuapan, tras la muerte de un niño indígena, aunque ahora califica de una burla que por un sombrero hayan ejecutado a estudiantes.
El líder municipal panista, Jesús Zaldívar, organiza una consulta para decirle al Ayuntamiento de Puebla en qué gastarse el dinero, cuando él como legislador encabezó ataques al entonces edil del mismo partido, Eduardo Rivera, por malversación de fondos.
Y después como director del Conalep, Zaldívar incurrió en desvío de fondos educativos.
Esos panistas no tiene autoridad para reclamar nada, porque vale decirlo: fueron parte del problema que hoy tiene a Puebla metida en una crisis.
Favorecieron la corrupción, la impunidad, aplaudieron persecuciones de críticos del sistema y se regocijaban con el encarcelamiento de presos políticos.
En pocas palabras, paren de mamar.
