Por Alejandro Mondragón
Una cosa es que Genoveva Huerta haya aprendido lo peor del morenovallismo para aplicarlo en el PAN: gandallez, autoritarismo, nepotismo, despotismo y más.
Y otra que viole los estatutos del partido en Puebla, además de ampararse a lo que también hace -a nivel nacional- la dirigencia de Marko Cortés.
Si los panistas de viejo y nuevo cuño quieren que cambie la ecuación lo primero que tienen que hacer es formar mayoría, controlar el consejo y proponer en asamblea una modificación a los estatutos para que la dirigente Genoveva deje de designar coordinadores legislativos y de regidores.
Claro, ello implicaría también una reforma nacional de estatutos del PAN, porque la norma debe ser de observancia general y debería aplicarse en todos los estados y el país, con representación del blanquiazul.
Sólo ternura provocan los presuntos liderazgos panistas en Puebla que ahora salieron muy democráticos, pero cuando asumieron un cargo partidista en el pasado fueron los más gandallas.
Quién las hace, no las consiente.
Lo cierto es que Genoveva ya unió a la mayoría, en su contra, pero los aglutinó.
Tan congruente es escuchar a Ana Tere Aranda defendiendo a la esposa de Pablo Rodríguez, cuando este par no se cansaron de descalificarla y tirarla de loca por oponerse al morenovallismo.
O a Humberto Aguilar Coronado coincidir con Jorge Aguilar Chedraui, olvidando sus enfrentamientos del pasado.
O al impresentable dirigente municipal panista, Jesús Zaldívar, defendiendo la democracia partidista porque una de las damnificadas fue su esposa.
Mientras ellos ronronean su dolor, habrá que interpretar la suma del único y último diputado de Compromiso por Puebla para darle el voto que le hacia falta a Oswaldo Jiménez López, a fin de alcanzar el respaldo legislativo a la decisión de Genoveva.
¿La alianza de Manzanilla y Tony Gali con la operación de Genoveva Huerta?
Es pregunta, conste.
