Yo me llamo “libre”
Y con esa libertad escojo mis parejas, mis encuentros sexuales, mis compromisos y, por qué no, mis puterías.
Y con esa faceta “puta” de mi personalidad, abrí unos ojos muy grandes cuando a mi oficina llegó este nuevo colaborador. Se veía tan nuevo, tan impoluto, tan inocente, tan potable.
Hasta las putas tenemos honorabilidad, así que no me le fui encima como sí lo hicieron mis compañeras “decentes y santurronas”, yo simplemente me presenté con él y le dije que si necesitaba algo, acudiera a mi. (¡¿Qué?!, se lo dije súper inocentemente)
Un viernes por la tarde cerraba mi computadora. Luego le di un masaje a mis piernas para activar la circulación y de pronto sentí su mirada… levanté la vista y presencié su sonrojo encantador.
“¿Sí?” le dije con una media sonrisa.
“Disculpa”, dice mirando para otro lado, “te quería preguntar que si me puedes dar un aventón al centro, es que no traje coche”
“¡Claro!” le contesté, bajé mi falda hasta las rodillas, con un gesto modoso que no me acomodaba nada.
Ya en el estacionamiento se subió a mi lado en el automóvil, comencé a conducir iniciando una conversación trivial, ya saben: “Qué haces los fines de semana”, “qué música te gusta” “¿Tienes novia?”
Amo conducir con falda corta, moviendo mis piernas, abriéndolas ligeramente, cambiando velocidades, rozando mis piernas con la mano.
En un semáforo en rojo volteé a verlo cuando contestaba alguna de mis preguntas, sus cabellos rizados y largos me cautivaban, sus ojos almendrados y soñadores me mojaban.
Cambió el semáforo a verde y volví a mirar al frente, en un acto irreflexivo separé más mis piernas, tomé su mano y la puse sobre mis piernas. Seguí conversando de manera casual, y luego de un momento de inacción, su mano se movió ligeramente, acariciando mi pierna.
Ya casi llegábamos al centro; le pregunté con la naturalidad que me caracteriza:
“¿Dónde te dejo?”
Casi sin hacer pausa le dije, separando un poco más las piernas.
“Te invito una cerveza en un mirador que está a diez minutos, ¿Te late?”
Él sin dejar de sobar mi pierna (cada vez con menos timidez) dijo: “Vamos, y yo soy el que invita”.
Llegamos al mirador, desde el cual se veía la ciudad que comenzaba a encender sus luces.
Él pidió una cerveza y yo un caballito de tequila (te lo llevan al automóvil).
Incliné mi cuerpo hacia él, toqué esos cabellos rizados que me volvían loca, mientras mi otra mano le daba un masaje a su entrepierna.
Llegaron nuestras bebidas, brindamos y nos dimos un beso muy profundo. Sus dedos se metieron por mi entrepierna y separando mis bragas llegaron hasta mi clítoris.
Su cara inocente y sus modos tan caballerosos no coincidían con la maestría de sus dedos. Cuando empujó un dedo muy profundo dentro de mí, él apagó mi gemido aprisionando con su otra mano mi cuello, asfixiándome y metiendo su lengua muy dentro de mi boca muy abierta.
Los orgasmos se encadenaron uno tras otro, volviéndome loca, y me olvidé de él y su entrepierna. Él me trajo a la realidad cuando bajó mi cabeza con algo de brusquedad hacia su pene erecto, que ya libre se abría paso hasta mi boca. La longitud de su pene me sofocaba y excitaba a la vez, cuando lo sentí inflarse dentro de mi boca, hice un cerco a través de su base, estaba a punto de estallar y yo no pensaba dejar ir ni una sola gota.
¡Amé su sabor!, lamenté cuando se acabó.
Me incorporé, sus dedos seguían jugueteando entre mis piernas.
De un sorbo terminé mi tequila, acomodando mi ropa le dije “¿nos vamos?”
Contestó con una voz profunda y una mirada de ensueño “¿Puedo dormir contigo?”
“No, no puedes bebé” contesté.
Me dirigí al centro y lo dejé en una esquina cualquiera.
Lo despedí con una sonrisa y le deseé un buen fin de semana.