Por Valentín Varillas
El proceso de selección del candidato de Morena a la gubernatura de Puebla, se inserta en el jaloneo que se ha desatado al interior de ese partido por la dirigencia nacional que tendrá que renovarse este año.
Nuestro estado es, otra vez, un interesante microcosmos de una realidad nacional que, en esta coyuntura específica, nos enseña dos grupos muy identificados que tienen una visión de partido distinta, sobre todo en lo que a la cercanía con el presidente se refiere.
El primero, el de la actual dirigencia encabezada por Yeidckol Polevnsky, busca la continuidad en las directrices principales que han llevado al partido a convertirse en la principal fuerza política nacional.
Se trata de un estilo de absoluta incondicionalidad a Andrés Manuel, en donde se avalan prácticamente todas las decisiones que se toman en Palacio Nacional y se opera para que liderazgos del partido y representantes populares afines a la corriente de la presidenta se sumen en su trabajo legislativo, o bien en el cargo que ocupen en la administración pública de cualquier nivel de gobierno, a los dictados del jefe del ejecutivo federal.
Aquí, no existe prácticamente ninguna diferencia entre partido y gobierno.
Para bien o para mal.
La todavía presidenta del CEN morenista no ha tenido empacho en decantarse públicamente por la candidatura de Luis Miguel Barbosa, reiterando una y otra vez que se trata de la mejor opción para competir en la elección extraordinaria de junio.
Si este escenario se concreta, Polevnsky y compañía se anotarían una importante victoria que perfilaría al delfín de la lideresa partidista como el favorito de la contienda.
Barbosa, no hay duda, es el candidato poblano que más agrada a López Obrador.
Se le reconoce haber enfrentado sin miedo al morenovallismo, cuando este grupo estaba en la cúspide de su poder y gozaba de cabal salud política.
Imposible olvidar el trato de “gobernador electo” que Andrés Manuel le dio, en un evento realizado con los miembros de Morena que habían ganado sus respectivas elecciones en el proceso del 1 de julio pasado.
En esta coyuntura también juega otro grupo.
El que no necesariamente le da un cheque en blanco a las acciones y propuestas del gobierno del cambio.
Su cabeza más visible, el senador Ricardo Monreal, ha mostrado destellos de independencia en su trabajo legislativo y si bien estira la liga sin atreverse a romperla, su postura en algunos temas de la agenda nacional, prioritarios para el presidente, difiere de la óptica oficial.
El zacatecano tiene una legión de legisladores fieles que lo siguen sin chistar.
El ejemplo más reciente de su actuar se vio con las reformas constitucionales que le dieron forma a la controvertida Guardia Nacional.
A contrapelo de la línea presidencial, Monreal operó al interior de la bancada de Morena y llevó mano en las negociaciones con el resto de los partidos políticos, para modificar la iniciativa presidencial en un asunto medular: el famoso 4º transitorio.
Sí, el que define si el mando del nuevo cuerpo de seguridad sería civil o militar.
Para López Obrador era importante determinar el carácter castrense de quien llevará las riendas del mismo, por lo que lo aprobado en la cámara alta del legislativo federal está lejos de agradarle.
Si bien no empañó la fiesta democrática que representó sacar el tema por unanimidad, en su muy particular estilo, el mandatario amenazó con ejercer sus facultades y nombrar al frente de la Guardia a un militar, activo o en retiro.
Aún así, se trata sin duda de una victoria de Monreal en su trato con otras fuerzas políticas y al interior del propio partido.
Antes, ya nos había dado una probadita de su “independencia”, cuando se fue por la libre y anunció una iniciativa que pretendía regular el cobro de comisiones bancarias a los usuarios de los servicios financieros.
La declaración generó una caída enorme de los mercados, por lo que el propio presidente salió a rectificar y prometió que el tema se analizaría hasta dentro de tres años.
Ricardo juega dos cartas en la elección de Puebla.
La de Alejandro Armenta, a quien apoya públicamente y a favor del que mueve a senadores, diputados y alcaldes dentro de su órbita de influencia.
Y la de Nancy de la Sierra, un plan B que tienen listo en caso de que la situación al interior de Morena se polarice de tal forma que haya la necesidad de perfilar un tercero en discordia.
Un escenario muy poco probable.
Por alguna extraña razón, Monreal decidió hace tiempo apadrinar políticamente a José Juan Espinosa con quien, a pesar de todo, parece tener todavía una buena relación.
Como puede ver, el tema de elegir al candidato, seguramente ganador de la contienda por el gobierno de Puebla, podría también incidir en la manera en la cual se comportará Morena que, por lo menos los próximos seis años, será “el partido en el poder”.
Un poder que, si tomamos en cuenta su presencia en la cámara de diputados, de senadores, gubernaturas y alcaldías, podría considerarse como casi absoluto.
Muy parecido a aquellos tiempos del régimen de partido único.