Por Alejandro Mondragón
Como un acto de justicia, más allá de lo legal, hay que evaluar la abrogación de la Ley Bala que nació con el morenovallismo en 2014 y cuatro años después murió con el morenismo.
Fue la primera acción legislativa que hasta los panistas y priistas validaron, como resultado del contrapeso que empieza a darse ya en el Congreso del Estado.
Buena noticia para el pueblo de Chalchihuapan, Doña Elia Tamayo y aquellos activistas que defendieron lo suyo, pero fueron criminalizados con teorías del cohetón, de las cabezas de marrano, de las balas de goma y las piedras de gran calibre, del montaje impune desde el poder.
La abrogación de la Ley Bala no regresará a la vida al niño José Luis Tlehuatlie Tamayo, pero nos demuestra que siempre será mejor el camino de los contrapesos de poder que el autoritarismo del carro completo.
Uno de los tentáculos represivos del morenovallismo fue amputado ayer por el Legislativo. Falta todavía mucho por abrogar, pero empiezan bien los diputados.
Nadie lloró la Ley Bala, menos la defendieron, porque al final de cuentas su aplicación provocó la muerte de un menor de edad y, lo peor, la criminalización de todo un pueblo con los recursos mediáticos, políticos, policiacos y presupuestales del Estado.
Al final de la jornada, la muerte de la Ley Bala es una buena noticia para los derechos humanos en Puebla.
