19-04-2024 04:33:50 PM

La polarización que llegó para quedarse

Por Valentín Varillas

 

Sí, es evidente que el país está dividido.

A pesar de que la jornada electoral terminó, la polarización de los mexicanos hacia la política se mantiene y todo indica que durará todo el sexenio.

Si usted es de los que quedó hostigado por la violencia y la beligerancia con la que se defendían y atacaban a los actores políticos que protagonizaron la pasada contienda presidencial, tenga paciencia.

No se va a acabar.

Al contrario.

Desde los programas de análisis, las columnas políticas y las siempre aguerridas e incontrolables redes sociales, las filias y las fobias se siguen desahogando con particular intensidad, un escenario sin duda inédito para el país.

Y es que nunca, por ejemplo, se había llegado al extremo de criticar a un ganador de la presidencia por no haber cumplido con sus promesas de campaña, cuando ni siquiera ha tomado protesta como jefe del ejecutivo federal.

Jamás una etiqueta de “decepción” se le había colgado a alguien que no ha pasado siquiera un minuto en el cargo para el que fue electo.

 

 

 

Los agoreros del desastre no amainaron, ni siquiera un poco, después de la fiesta cívica que significó el proceso electoral del primer domingo de julio.

Parecen estar empeñados en demostrarnos, a más de 30 millones de mexicanos, que nos equivocamos rotundamente al momento de votar y no parecen tener la paciencia necesaria para mostrar argumentos que sostengan sus afirmaciones.

No, para ellos, 22 días del proceso de transición son suficientes para alimentar su lógica, para hablar de terribles fracasos y destinos dantescos.

En algunos casos, en su actuar muestran síntomas preocupantes de esquizofrenia.

Se trata de los que, por décadas, fueron tan blandos y generosos en sus críticas ante regímenes que entregaron cuentas terribles al momento de dejar aquel poder que tan plenamente ejercieron sexenio tras sexenio.

Décadas de un mismo estilo de gobierno que arrojó, siempre, números rojos.

Los pretextos y justificaciones hacia la incapacidad de los suyos, se basaron en lo inverosímil, lo fantasioso y casi siempre en lo grotesco.

Pedían tiempo, tiempo y más tiempo para dar los resultados prometidos.

El tiempo se les dio a manos llenas, pero ellos jamás cumplieron su parte del trato.

Algunos dirán que es normal.

Que en cada voto emitido a favor de Andrés Manuel viene la única esperanza real que nos queda en la política y en que ésta sea el camino adecuado hacia la resolución de los problemas estructurales del país.

Que del tamaño de la victoria es el nivel de las expectativas.

Que será imposible cumplir con tanto y tanto que se prometió.

Que no hay manera, que harían falta cinco sexenios, que no alcanza la lana y un larguísimo etcétera.

Que si López Obrador nos falla, ya nos jodimos.

Ahora sí y para siempre.

Tal vez puedan llegar a tener razón: en todo o en parte.

Sin embargo, la única manera de saberlo es a medida que avance el sexenio.

Ese que ni siquiera ha empezado oficialmente y del que no se ha malgastado todavía ni un minuto.

Habrá que estar listos para la crítica, la exigencia y la denuncia, pero hay que esperar por lo menos que lleguen al cargo y tomen acciones que justifiquen los señalamientos.

Me preguntan mucho si no me sentiré culpable de haber abonado al “desastre mexicano”, en caso de que la fatalidad se imponga y el inevitable sino del país nos alcance.

Me parece que al contrario.

Que pase lo que pase, como país tendremos la satisfacción de haber vencido el inmovilismo y de asumir el riesgo de intentar algo diferente.

Tomando en cuenta lo hecho por gobiernos anteriores, hay hoy mucho que ganar y queda ya muy poco que perder.

 

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