Por Valentín Varillas
En esta coyuntura electoral, uno de los retos importantes para el partido de la izquierda mexicana, en el caso de Puebla, era el de darle forma, en tiempo récord, a una estructura de operación que le permitiera obtener la mayor cantidad de votos posibles en la mayor parte del territorio poblano.
Sobre todo, en aquellos municipios que más aportan al padrón electoral local.
A semana y media del día de la elección, existen enormes dudas sobre si realmente lo lograron.
Ellos juran que sí y que no solamente existe capacidad de movilización, sino todo un ejército que estará dedicado única y exclusivamente al cuidado de que se respete el voto ciudadano.
Las dudas resultan pertinentes ya que, apenas hace un par de meses, la labor parecía titánica.
Morena no tenía presencia en todo el estado y faltaban adeptos que tuvieran experiencia en las sucias artes de la movilización, el acarreo y demás actividades que en los hechos resultan fundamentales para ganar una elección.
Inclusive, ensayaron la estrategia de buscar amarres con los más heterodoxos “aliados”, en aras de resolver semejante problema.
La mayoría por cierto, pertenecen o pertenecieron al marinismo y fueron muy importantes en la consecución de triunfos políticos durante el último sexenio priista en Puebla.
En entidades en donde se conoce poco el trabajo de los candidatos a los cargos de elección popular, tanto federales como locales, los acercamientos fueron constantes y en algunos casos, intensos.
En la mayoría de ellos, sin embargo, se dificultó mucho el llegar a acuerdos concretos ya que los representantes del partido de López Obrador pedían mucho y ofrecían muy poco.
Por ejemplo, buscaban que ex presidentes municipales, ex diputados, empresarios y personajes que gozan de influencia y popularidad en su comunidades de origen, se sumaran gustosos al tan cacareado cambio que venden las huestes “pejistas”, sin recibir a cambio la oportunidad de pelear por una candidatura, ya sea para ellos, o bien para alguien de los suyos.
No los dejaron perfilar posiciones propias y les propusieron dedicarse en cuerpo y alma a sumar su capital político y económico a favor de terceros que, en la mayoría de los casos, no eran siquiera conocidos.
Las excepciones fueron pocas.
Un par de consabidos y convencidos marinistas forman parte de la fórmula que pretende llegar a la cámara alta del legislativo federal, nada menos que una de las posiciones más importantes en el presupuesto electoral nacional de Morena.
En este contexto, no es difícil que las metas en términos de estructura no puedan cumplirse.
Hasta hace muy poco, los propios operadores del partido reconocían que les faltaba más del 30% del territorio poblano por cubrir.
Por lo tanto, sería lógico concluir que Morena no posee tampoco la cantidad de gente necesaria para tener presencia y cuidar la totalidad de las casillas que se instalen el primer domingo de julio próximo.
Hoy, sin embargo, niegan tal realidad y se dicen preparados para todo.
No cabrá entonces la justificación del fraude, si los triunfos que hoy esperan no logran concretarse.
Este escenario, el del posible fraude, en los hechos luce con muy altas probabilidades de materializarse.
¿No va siendo hora ya de darle forma a un efectivo remedio contra esto?
¿Una estrategia propia de contención y prevención del robo de elecciones?
Si ya saben cómo se las van a hacer, es increíble que se las sigan haciendo.
¿O no?
Tuvieron tiempo de sobra para prepararse.
Si partimos del hecho de que Morena en Puebla va a enfrentar a un grupo político especialista en imponer sus intereses electorales y de que se juegan la continuidad en lo más alto del poder político local, el no contar con estructura de movilización y de defensa del voto, parece un auténtico suicidio.
Una receta para el desastre.
Si pierden la elección, es evidente que no aprendieron nada o bien que en los hechos, ha resultado más benéfico ganarlo todo, perdiendo.
Otra vez regresará, con otros actores y partidos, el tufo de la derrota intencional.