Por Valentín Varillas
Grupos a interior del tricolor, ya se mueven bajo la lógica de la inminente derrota electoral que sufrirán el próximo 1 de julio.
Son los que no se tragan aquella frase genial que algunos repiten obsesivamente y que asegura que “Meade no va a ganar, pero sí va a ser presidente”.
Ellos, al margen de fantasías y añoranzas, traen una lectura mucho más realista de la complicada realidad que vive el Revolucionario Institucional y empiezan a actuar ya bajo esa lógica.
El primero, tiene que ver con liderazgos relacionados con el priismo tradicional y se compone de personajes que en realidad fueron marginados todo el sexenio por el grupo de Peña Nieto.
Se les dio muy poco o nada.
Están respaldados por los gobernadores emanados de las filas del partido que no están de acuerdo con el estilo de gobernar del “nuevo PRI” y que aunque son relativamente pocos, harán grupo y pondrán a disposición de la supervivencia del priismo presupuesto y capacidad de operación para, desde ahí, empezar una renovación total de liderazgos y actitudes.
Manlio Fabio Beltrones y su ahijada política, la mandataria de Sonora Claudia Pavlovich, aparecen como cabezas visibles de lo anterior.
Otra de estas células, de poder apoderarse de lo que quede del PRI, la encabeza el ex presidente Carlos Salinas de Gortari.
Su carta fuerte de operación al interior sería su sobrina, Claudia Ruiz Massieu, actual Secretaria General del Partido, quien a través de los peñistas que consigan colarse a posiciones importantes en ambas cámaras del legislativo nacional y quienes necesiten un espacio político donde refugiarse, empezaría a tejer desde cero.
Su reducto sería, sin duda, el Estado de México y su gobernador, Alfredo del Mazo, quien por reciprocidad tendría que cerrar filas con el grupo que lo convirtió en lo que es y al que le debe todo.
Para bien o para mal.
Pero eso no es todo.
Existe un sector dentro del Revolucionario Institucional que –de cumplirse el peor escenario-no descarta impulsar su desaparición como partido, como única manera de garantizar su supervivencia política.
Por contradictorio que suene, ellos proponen fundar un nuevo partido, con siglas colores y logo diferentes para evitar seguir cargando como pesada losa el descrédito y la falta de confianza que los actuales despiertan entre la mayoría de los votantes potenciales.
Sobre todo en la que a las nuevas generaciones se refiere.
Migrar y empezar de cero en un instituto político nuevo, que no esté viciado y que regrese a ser una opción electoral competitiva en el sistema de partidos.
Un escenario que varios analistas adelantaron después de las elecciones del 2000, cuando por primera vez el PRI perdió la presidencia de la República, podría concretarse 18 años después.
En ese entonces, su fortaleza política se centró en los gobernadores emanados de sus filas, que controlaban la mayoría de las entidades federativas del país.
Se convirtieron así en auténticos virreyes, señores feudales en sus territorios.
Hoy, la realidad es distinta.
El debilitamiento político del tricolor es general, endémico.
Las encuestas no reflejan que puedan ganar alguno de los 9 estados que estarán en juego el próximo 1 de julio y su representación en ambas cámaras del Congreso de la Unión podría disminuir significativamente.
Es, en verdad, su peor escenario.
La tormenta perfecta.
Los saldos electorales de un sexenio a fondo perdido.
Demoledor.