Por Valentín Varillas
La encuesta de Reforma es clara, contundente, no deja lugar a dudas.
A José Antonio Meade no le va a alcanzar para garantizar la continuidad del PRI en Los Pinos.
Ni de chiste.
Los 30 puntos que le saca de ventaja Andrés Manuel López, reflejan el enorme fracaso en la operación de los estrategas electorales de la presidencia en lo que a la sucesión se refiere.
La ventaja es tal, que ya no alcanza el desvío de recursos públicos con fines electorales, ni el descarado proselitismo de personajes que ocupan carteras importantes en el gobierno federal.
Mucho menos la intentona de fraude por cualquier vía: la tradicional o la electrónica.
Existen varias razones que explican lo anterior; todas conocidas de sobra por Peña y su grupo:
El enorme rechazo a la marca PRI a lo largo y ancho del territorio nacional, el repudio generalizado a actos de corrupción en donde están involucrados funcionarios públicos de alto nivel e influencia en el gabinete y la pésima popularidad que tiene el jefe del ejecutivo federal, cuya gestión es reprobada por casi 8 de 10 mexicanos.
La tormenta perfecta para los intereses electorales del presidente y su partido.
Le repito, no es un escenario sorpresivo, al contrario, desde hace años se perfilaba como el más probable.
Por eso, en términos de estrategia electoral, lo inteligente hubiera sido contar con un Plan B efectivo, que ante la debacle del candidato oficial pudiera plantarle cara al enemigo a vencer.
También desde hace meses, se veía que quien tendría que jugar el papel de comparsa presidencial era Ricardo Anaya.
Partiendo del hecho de que en las últimas coyunturas electorales ha habido negociaciones y acuerdos de beneficio mutuo entre PAN y PRI, era de esperarse una nueva versión de este amasiato en el 2018.
Sin embargo, en los hechos no ha sido así.
El presidente y sus operadores optaron por orquestar un ataque salvaje en contra del abanderado presidencial panista.
Utilizaron las instituciones del estado mexicano para exhibirlo como un corrupto lavador de dinero, que no merecía la confianza del electorado.
La madriza, mediática y jurídica, pegó de lleno en la línea de flotación de la campaña de Anaya.
La encuesta de Reforma muestra una caída de 6 puntos porcentuales entre los meses de febrero y abril, mientras el puntero crece los mismos seis puntos en igual período de tiempo.
Demoledor, inalcanzable.
Por si fuera poco, el mismo ejercicio estadístico muestra que, a estas alturas, aunque se quisiera recular, no será suficiente intentar hacer crecer a Anaya para competirle a Andrés Manuel.
Y es que, si Meade no tuviera posibilidades de ganar, apenas 13% lo harían por Anaya, pero 6% lo harían por López Obrador.
Un crecimiento potencial de 7 puntos, en el mejor escenario, cuando hay 20 de diferencia.
Sí, ya no les alcanza la teoría del “voto útil”.
Por eso, no se explica el por qué el presidente dinamitó la única posibilidad real de evitar que López Obrador gane la elección.
Es de sobra conocida la enemistad entre Peña y Anaya.
Quienes conocen a fondo la historia, juran que los agravios fueron muchos y muy graves.
Sin embargo, es mucho lo que se juega el actual grupo en el poder en esta elección.
No solo políticamente, sino judicialmente.
Existe un riesgo real para ellos de que AMLO no ceda a amarrar un pacto de impunidad que pudiera llevar a algunos a la cárcel.
Esa será la principal petición popular si gana.
Otra vez, Enrique Peña Nieto cometió un error, tal vez el de peores consecuencias para él y los personajes más cercanos de su círculo íntimo.
Tuvo en su momento la oportunidad de decidir con la cabeza y no con el hígado, pero pudieron más sus filias y sus fobias antes de definir el derrotero de su futuro inmediato.
Peor para él.