23-11-2024 04:59:09 PM

Humberto Hidalgo: control de daños

Por Valentín Varillas

 

Apenas un día después de que en este espacio publiqué el doble juego del operador priista Humberto Hidalgo, en la coyuntura del proceso electoral de julio, este personaje convocó a una rueda de prensa para anunciar su salida del partido en el que militó toda su vida.

La medida, no es un acto de congruencia política ni de remordimiento de conciencia.

Es, simplemente, una burda puesta en escena que pretende minimizar el costo en imagen que para el tricolor suponen casos como estos.

Y es que, si Hidalgo se convirtió en uno de los “topos” del tricolor, no solo fue con el conocimiento y consentimiento de los altos liderazgos del partido, sino siguiendo las órdenes que ellos mismos le dieron.

Por eso, en su discurso de renuncia, Hidalgo ensaya una tímida crítica al PRI, a su supuesta cerrazón en la entrega de cargos de elección popular y al poco respeto que se la da ahora a la meritocracia interna: “después de 35 años, solo me vieron como un empleado”.

Lo que no dijo, ni nunca aceptará, es que jamás le interesó competir por una candidatura.

Que siempre asumió y estuvo muy a gusto en su faceta de operador electoral, de movilizador de estructuras, de hacedor de estrategias y amarres.

El supuesto cambio radical en la manera de ver el papel histórico que desempeñó al interior del partido, es simple y sencillamente increíble y se da una vez descubierto su verdadero papel en esta elección.

Su nombre brilló por su ausencia en las listas de precandidatos.

No hubo ningún pronunciamiento público de su parte que dejara ver sus aspiraciones.

No dijo nada en el momento en el que los dedazos priistas se consumaron y no se fue del tricolor en el momento en el que tendría que haberse ido, si las razones con las que intenta explicar su salida fueran reales.

Puro teatro y de los malos.

En su penosa puesta en escena, no arremete contra nadie en específico, lo que resulta atípico en la totalidad de las renuncias políticas que se han dado en similares circunstancias.

En la visión de los afectados, cuando estos son de verdad, siempre existen culpables tangibles de sus desgracias.

Invariablemente tienen nombre y apellido y un objetivo de quien persigue venganza es que estos se sepan hasta la saciedad.

Este, por supuesto, no es el caso.

Se trata de una medida desesperada para tratar de diluir el contundente veredicto de la opinión pública y publicada, en el sentido de que en Puebla existe una alianza de facto entre el morenovallismo y Los Pinos, para tratar de repartirse convenencieramente el pastel electoral.

En ese contexto, un personaje como Humberto Hidalgo, jugando las dos cartas del amarre, encaja perfectamente.

A la par, con el falso rompimiento se intenta mantener a raya la furia de una militancia ajena a los pactos cupulares, la que es simplemente utilizada como carne de cañón electoral, una y otra vez.

Historias como esta son las siempre peligrosas gotas que llenan el vaso de la paciencia y de una docilidad estoica disfrazada de institucionalidad a prueba de balas.

Ya están hasta la madre y tienen razón.

Su partido los ha dejado a un lado y ellos no disfrutarán jamás de los beneficios que suponen los jugosos amarres que sellan con hipocresía sus amos.

Van al precipicio, sin duda.

La nueva debacle electoral ya toca la puerta.

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