Por Abel Pérez Rojas
“La sabiduría de lo simple es la clave para liberarse
de la trama compleja de lo cotidiano”.
Estamos tan inmersos en los compromisos que adquirimos o que nos son impuestos diariamente, que nuestra existencia se vuelve complicada, tan enredada que perdemos de vista cuestiones sencillas, por eso volviendo a lo básico, a lo simple, podremos salir avante.
Conforme pasan los años cargamos a cuestas con creencias que nunca meditamos a profundidad, con posesiones innecesarias y con miedos que en gran parte tienen su origen en experiencias desagradables de la infancia o en prejuicios que germinan en la ignorancia.
A eso debemos agregar las relaciones destructivas que encubrimos con el falso amor, las relaciones socioeconómicas injustas y de explotación que nos van reduciendo a situación de cuasi esclavitud.
Así vamos como parias persiguiendo “zanahorias” vanas que sólo nos dotan de satisfactores viles y temporales.
A eso se debe que no somos felices y cuando buscamos verdaderamente la felicidad es gracias a arrebatos de valor que nos revolucionan y nos empujan a romper la dictatorial inercia del fatídico destino.
Pero todo esto puede llegar a su fin si volvemos a lo básico, a lo indispensable y dejamos de sufrir por lo que está de más y que además es sólo una vil ilusión.
A la luz de todo lo anterior le comparto un breve cuento que hace poco encontré y que es sumamente oportuno.
El cuento titulado Desapego dice así:
Un señor viaja desde un pueblo muy lejano para consultar a un rabino muy famoso. Llega a su casa y advierte, sorprendido, que los únicos muebles que dispone el sabio son un colchón en el suelo, dos bancos, una silla y una vela. El resto de la habitación está vacía.
El hombre consulta al rabino y este le contesta con verdadera sabiduría. Pero intrigado por la simplicidad del mobiliario, al final añade:
– ¿Le puedo hacer una consulta más?
– Sí, desde luego.
– ¿Dónde están sus muebles?
– ¿Dónde están los suyos?
– ¿Como que dónde están los míos? Yo estoy de paso – dice el hombre sin acabar de comprender.
– Yo también – le contesta el rabbino.
Tanto como atiborramos nuestros armarios de pertenencias que nunca utilizamos, así cargamos con recuerdos que nos mortifican o con compromisos que adquirimos, pero que son absurdos o que no vamos a poder cumplir, sin embargo ahí están ocupando parte de nuestro “disco duro”.
Quienes nos dominan saben que estamos inmersos en una inercia absurda de acumulación y soledad que es fácilmente manipulable.
A estas cuestiones básicas responden el consumismo estacional, la militancia religiosa y política de las multitudes, en fin, nuestro enredo permanente.
Regresar a lo simple, a lo básico, es un buen arranque para dejar de intoxicarse con lo absurdo de la forma de vida que hemos generado.
A la alimentación balanceada, al caminar más y ocupar menos el auto; a dejar guardada la tarjeta de crédito y sólo usarla en casos previamente pensados; a ver menos televisión e Internet a cambio de leer y meditar más, a dialogar más y confrontar menos… en fin, a todo aquello que dejamos de lado debido a los entornos enfermizos que construimos es a lo que me refiero.
¿Qué le parece?