Por Valentín Varillas
El Secretario de Seguridad Pública municipal de la capital, Manuel Alonso, es un asiduo cliente de los restaurantes de moda de la ciudad de Puebla y municipios conurbados.
Su presencia, jamás pasa desapercibida para el resto de los comensales del lugar en turno.
Y es que, invariablemente, llega acompañado de un impresionante dispositivo de seguridad.
Tres vehículos en donde se transportan, por lo menos, ocho elementos que tienen la consigna única de no perderlo de vista nunca y seguir todas y cada una de las acciones que el funcionario lleva a cabo, mientras se encuentra ahí.
Cada persona con la que se sienta y acuerda, cada individuo o pareja que saluda, pasan por el ojo avizor de quienes forman parte de “su avanzada”.
Cuentan los enterados que, el establecimiento al que decide acudir el secretario, recibe, horas antes de su llegada, una llamada en donde se le dan instrucciones detalladas de la visita.
Además del momento exacto en que arribará, el número de mesas que serán necesarias para acomodar la cantidad de personas que lo acompañarán y la disposición de las mismas.
El lugar de cada una de ellas sigue una lógica diseñada en términos de manejar todos los ángulos visibles y de posible acción, en caso de una emergencia.
El dispositivo es de alcances tales que, el simple hecho de entrar al baño requiere varias actividades coordinadas.
Sí, primero, el funcionario tiene que decirle a sus subordinados que necesita ir.
Un par de ellos, proceden entonces a hacer una inspección del lugar.
Checan que no haya alguna persona al interior, todo, incluyendo por supuesto mingitorios e inodoros.
Si la hay, esperan a que esta salga y prácticamente lo acordonan.
Dos de sus acompañantes se quedan afuera, impidiendo la entrada de alguien más, al mismo tiempo que uno de ellos acompaña al secretario al interior y lo espera pacientemente hasta que termine.
Al salir, los tres escoltan a Alonso hasta su mesa, en donde por fin se encuentra a salvo.
¿Cómo ve?
Es evidente que resulta subjetivo concluir si toda esta faramalla se justifica o no, al tratarse del encargado de la seguridad pública de la capital del estado.
Lo que sí me queda claro es que Manuel Alonso tiene miedo, mucho miedo y la forma en la cual se desplaza a lugares públicos es una prueba contundente de ello.
Más allá de saber el origen de estos miedos, es decir, a quién o a quiénes les teme, es evidente que la manera en la que se cuida el funcionario echa por tierra el optimista discurso oficial que en materia de seguridad pública ensaya el gobierno municipal.
Sí, mientras en el papel se nos vende una Puebla segura, con logros importantes en el combate a la delincuencia, el encargado de cuidarnos se mueve como si viviéramos en una tierra sin ley, o en donde únicamente prevalece la ley de la selva.
¿No será que realmente es así?
¿Que en esta lucha entre autoridades y criminales, estos van ganando y por madriza?
Si así tiene que vivir el secretario ¿qué nos espera a los ciudadanos de a pie, los comunes y corrientes?
Sí, los que no podemos hacer nuestras actividades en camionetas blindadas y cuidados por varios guaruras.
Los que vivimos con la eterna incertidumbre de sentirnos a merced del hampa, preocupados por la integridad de nuestras familias y nuestros bienes, estamos condenados a la Puebla auténtica, no a esta sucursal del País de las Maravillas que solo existe en la convenenciera retórica de quienes nos gobiernan.
Vaya cachetada de realidad.