Por Valentín Varillas
En campaña vendieron algo diferente; muy distinto a lo que siempre fueron en esencia.
Una nueva generación de priistas que, en teoría, habían aprendido de los errores de sus antecesores y aprovechado al máximo sus aciertos, aseguraban tener la fórmula para cambiar el país.
En la práctica fue diferente.
El regreso del tricolor a Los Pinos será recordado por siempre como el sexenio de la corrupción pública al más alto nivel, el del uso y abuso de las instituciones para el enriquecimiento personal y sobre todo, el de la incapacidad monumental para llevar – siquiera con algo de decoro- las riendas de este país.
Una administración a fondo perdido.
Seis años de auténtica pesadilla.
Este gobierno resultó fallido desde su misma legitimación.
Casos como los de Monex o Soriana, ejemplos burdos de la más descarada compra de conciencias, fueron apenas un modesto adelanto de lo que vendría.
Dinero sucio que llegó a la campaña presidencial tricolor a través de la triangulación de recursos públicos desviados por gobernadores priistas, que hoy son perseguidos o encarcelados por el régimen que ellos mismos ayudaron a establecer.
El más puro estilo del viejo y anquilosado PRI.
Nada nuevo hay en esto.
Recientemente, el tema Odebrecht, la bomba que estalló en pleno rostro de Emilio Lozoya, uno de los incondicionales de Peña y su grupo y cuya investigación le costó la chamba a Santiago Nieto, Fiscal Especial para la Atención de Delitos Electorales, en una artera intervención oficial en instancias que de acuerdo a la ley deberían ser autónomas.
La inversión de millonarios recursos para imponer gobernantes, a cambio de la posibilidad de hacer rentables negocios al amparo del poder fue una de las estrategias que mayor eficacia tuvieron para imponer el regreso del PRI a lo más alto del poder político nacional.
Casos como los de la Casa Blanca, Higa, OHL, Pinfra, confirman lo anterior.
El modelo siguió aplicándose ya en el poder, a través del otorgamiento de contratos de obra pública, no solo para el pago de facturas políticas, sino para enriquecer en lo personal a las principales “figuras” de esta poderosa élite.
“La Estafa Maestra”, excelente investigación periodística que revela una de las cientos de estrategias que se utilizan para el desvío de recursos públicos para fines personales, es apenas un modesto ejemplo de lo anterior.
Y lo que nos falta por saber.
En este contexto, no extraña que tengamos un presidente que, en la recta final de su sexenio, reporte niveles de rechazo cercanos al 80% y superiores al 93% en lo que a falta de credibilidad se refiere.
Se lo han ganado a pulso.
Por eso, en la coyuntura electoral del 2018, buscan una figura distinta, diferente, que no asocien directamente con la imagen presidencial, que aparentemente sea bien visto por otras fuerzas políticas nacionales, con la que pretenden diluir el enorme desprestigio social que arrastran y vestirlo de candidato de una alianza de varios partidos que también minimice el pesado lastre que actualmente representa ser candidato del PRI.
No les queda de otra.
En el éxito o fracaso de la estrategia va su supervivencia política y tal vez, hasta su libertad.
Se juegan la vida y están dispuestos a todo con tal de lograr sus objetivos.
Los maestros de la transa y el embuste, trabajan ya de tiempo completo en esto.
¿Nos volverán a engañar?