Por Abel Pérez Rojas
“Solo zambulléndose en el río se conocen mejor sus aguas”.
Abel Pérez Rojas.
Atribuimos a múltiples factores el estancamiento en nuestro desarrollo personal, porque ubicamos la totalidad de las causas fuera de nosotros, de tal manera que con el paso del tiempo padecemos una ceguera que nos impide atrevernos a atrevernos.
Parece tan obvio lo anterior que terminamos por invisibilizar esa fuerza interna que nos hace “atrevernos”.
Se requiere hacer un acopio de gran esfuerzo para atreverse a realizar aquello que en lo más profundo de nuestra mente está avivado por un miedo irracional o bien, eso que nuestra razón nos indica que tiene altas posibilidades de fracaso.
Diariamente se presentan frente a nosotros situaciones que requirieron haber acudido al valor que todos llevamos dentro, pero que soslayamos, por ejemplo, emprender aquel negocio de nuestros sueños que durante años hemos venido postergando, o plantarnos frente a la persona que amamos en silencio y decirle lo que sentimos por ella, pero que no hacemos por temor al rechazo.
Y qué me dice de todas aquellas acciones de carácter social que por falta de iniciativa individual quedan sumergidas en el olvido, por ejemplo, aquella donación que no hemos hecho o aquél desplegado que no hemos firmado.
El esfuerzo radica en vencerse a sí mismo, porque las adversidades siempre van a existir y difícilmente estaremos libres de cualquier riesgo. Aún quedarse inmóvil y sin compromisos implica una serie de riesgos de toda índole.
Recuerdo el cuento sufí que trata de un perro frente al río, mientras pienso en todo lo anterior. El cuento dice así:
Le preguntaron a un sabio: ¿quién te guió en el Camino?
El sabio contestó: un perro. Un día lo encontré casi muerto de sed a la orilla del río. Cada vez que veía su imagen en el agua, se asustaba y se alejaba creyendo que era otro perro. Finalmente, fue tal su necesidad que, venciendo su miedo se arrojó al agua, y entonces “el otro perro” se esfumó.
El perro descubrió que el obstáculo era él mismo y la barrera que lo separaba de lo que buscaba había desaparecido.
De esta misma manera, mi propio obstáculo desapareció cuando comprendí que “mi yo” era ese obstáculo. Fue la conducta de un perro la que me señaló por primera vez el Camino.
Es obvio que en el cuento el perro somos nosotros y el río la realidad percibida, el reflejo en el agua son las creaciones racionales de la adversidad, las que casi siempre magnificamos como una justificante para no hacer nada.
Si el cuento continuara, veríamos que surgirán otras adversidades después de que el perro se lanzó al agua. Y otra vez el can tendría que pasar nuevamente por el episodio de atreverse a vencerla y en su caso superarla.
Como en el cuento, tenemos que lanzarnos al agua cuantas veces sea necesario, porque la “sed” no se nos va a quitar viendo sólo el reflejo del vital líquido.
¿Qué le parece?