02-05-2024 11:29:20 PM

La sombra del caudillo

Por Valentín Varillas

Morena, a pesar de su arrastre popular y su magnífico posicionamiento entre votantes potenciales urgidos de un verdadero cambio en la política nacional, no puede ser considerado como un partido que practique la democracia en su vida interna.

Todas, absolutamente todas sus decisiones importantes descansan en a voluntad de su líder y creador, Andrés Manuel López Obrador.

No existen –o por lo menos no se hacen públicas- las respectivas convocatorias que regulen los procesos de selección de candidatos a puestos de elección popular o a cargos dentro del organigrama partidista.

Los militantes y simpatizantes parecen no cuestionar lo anterior y en aras de su permanencia en el partido, o de su tranquilidad emocional, acatan sin chistar la palabra del Peje.

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Un entramado jerárquico de semejante nivel, cuyas decisiones se basan en el criterio único de quien se ostenta como su líder, no combina con el concepto de democracia que vende en su proyecto de gobierno.

AMLO impone candidatos, decide afiliaciones, decreta expulsiones y regala cargos partidistas.

Como partido, no hay debate interno, grupos distintos o voces que siquiera propongan ensayar una ruta distinta a la decretada por Andrés Manuel.

Si esta realidad sugiere un adelanto del estilo que imperará de ganar la presidencia, el miedo de que se instale en el país un régimen todavía más autoritario, podría estar justificado.

El tabasqueño ha sabido mantener una línea discursiva inmutable al paso de los años, lo que lo ha mantenido como figura política competitiva en tres elecciones presidenciables.

Juran sus adeptos que el tiempo le ha dado la razón, sin ver la trampa que supone el colgarse de rezagos ancestrales imposibles de mejorar sustancialmente en décadas.

Nadie en su sano juicio puede ir en contra de que desde el servicio público se practiquen la democracia, la honestidad, la rendición de cuentas y el combate a la corrupción.

Sin embargo, el manejo de esta retórica de contraste, en política, en los hechos resulta sumamente arriesgada.

Basar un proyecto de gobierno en la suposición mesiánica de asumirse como el único aspirante a la presidencia “químicamente puro”, puede resultar una auténtica receta para el desastre.

Ahí están los casos de corrupción que han involucrado a personajes tan cercanos como Ricardo Monreal o recientemente el caso de Eva Cadena en Veracruz.

Espanta la completa y total auencia de autocrítica de Andrés Manuel en estos temas, al grado de que continúa con el discurso de victimización absoluta ante los supuestos complots que, en su contra, arman quienes integran la mafia del poder.

En este contexto, se vuelve urgente el que AMLO le entre de lleno a temas espinosos a los que desde hace meses ha rehuido.

Por ejemplo, sería muy sano que fuera contundente al momento de explicar y aclarar el origen y el destino de los recursos que por años ha utilizado para su trabajo político y sustento personal.

No hacerlo así, sería seguir dándole materia prima a sus detractores y odiadores, que han utilizado este argumento para intentar presentarlo ante la opinión pública como un político igual a los demás.

Es evidente que, a estas alturas, parecería estéril exigir cambios radicales a un político que por años ha ensayado la misma fórmula y el mismo estilo, manteniéndose vigente en el ánimo ciudadano y puntero en todas las encuestas presidenciales.

Sin embargo, en aras de la congruencia y de quitarse la etiqueta de caudillo en potencia, para convencer a quienes todavía tienen dudas sobre lo que le espera el país de llegar a Los Pinos, sería un precio bajísimo de pagar.

Es la última carta de Andrés Manuel, el auténtico “todo o nada”.

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