Por: Valentín Varillas
Hace unos días, con el pretexto de conseguir fondos para la Fundación BUAP, el exgobernador Melquiades Morales Flores, quien es además presidente de esta instancia universitaria, convocó a una reunión a un grupo de “notables” abogados.
Al encuentro, asistieron personajes como Roberto Flores Toledano, presidente del Tribunal Superior de Justicia, Vanessa Barahona, delegada de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social, Rodrigo Lazcano, presidente de la Asociación de Abogados de Puebla, y Jorge Domínguez, quien está al frente del Ilustre Colegio de Abogados de Puebla.
Los temas giraron al principio en torno a los proyectos de la fundación a corto y mediano plazo, a sus necesidades presupuestales y a las probables acciones conjuntas que el gremio podría llevar a cabo para financiarlas.
Sin embargo, poco después, de manera sorpresiva Melquiades llevó la conversación al terreno de lo político.
Ante el asombro de los asistentes, empezó a hablar de la necesidad que tiene Puebla de que más abogados lleguen a los diferentes cargos de elección popular.
Apelando a la solidaridad gremial, puso sobre la mesa la urgencia de trabajar para abrirles importantes espacios en la política y el servicio público poblanos.
Recordó “viejas glorias” alcanzadas por gobernantes que dedicaron décadas de su vida al estudio del derecho, repasando aquellos tiempos en donde en México, ser abogado era un requisito de facto para poder pelear cargos públicos.
La sorpresa y el descontrol poco a poco fueron haciendo presa de los asistentes.
Compartían en parte los argumentos de Morales Flores, pero no entendían la pertinencia de semejante perorata en el contexto del futuro de la Fundación BUAP.
Y entonces, todo quedó claro.
“Mi hijo Fernando, por ejemplo” – exclamó el exgobernador.
“Él es un brillante abogado que podría aportar mucho si llegara a un cargo de elección popular”.
Sugirió entonces -de manera por demás explícita- que la reunión podría ser la génesis de la conformación de un frente común para apoyar la candidatura del hoy subsecretario poblano al gobierno del estado, o “ya de a perdis” a la presidencia municipal de la capital.
Lo anterior, claro está, representando al morenovallismo.
Los abogados no cabían en su asombro.
De plano no sabían si reír o llorar.
Para no quedar mal, se limitaron a asentir tímidamente y a hacer lo pertinente en aras de terminar el encuentro lo antes posible.
¿Cómo ve?
Es evidente que el incipiente proselitismo que realiza Melquiades a favor de su hijo, no tiene el visto bueno del huésped principal de casa Puebla.
Y es que, en su baraja de posibilidades para el 2018, no figura ni de chiste el cachorro Morales Martínez.
Según los operadores más cercanos y de mayor confianza del mandatario, los únicos con posibilidades reales de amarrar la candidatura son, en orden de importancia:
1.-Martha Érika Alonso.
2.-Javier Lozano Alarcón.
3.-Luis Banck Serratos.
4.- Jorge Aguilar Chedraui.
De esta lista saldría, por lógica elemental, el abanderado a la presidencia municipal.
Lo anterior se cumpliría si y sólo si, en el reparto de posiciones después de la inminente fractura del PAN, Moreno Valle consigue que se le dé el control absoluto de Puebla.
¿Y entonces?
¿Dónde queda Fernando?
Miembros de su círculo íntimo comentan que la estrategia real es vender que Morales Martínez busca los puestos más codiciados de la política poblana para negociar, como premio de consolación, ir en alguno de los dos lugares de la fórmula panista que buscará llegar al Senado de la República.
¿Se imagina?
Yo no.
Los renglones del eterno no pueden ser tan torcidos.
¿O sí?
