Por: Valentín Varillas
Ya metidos de lleno en la recta final del sexenio, ¿cómo calificar al gobierno estatal?
¿Existe un adjetivo los suficientemente certero como para etiquetar, sin riesgo de equívoco, el estilo tan “particular” que caracteriza al actual grupo en el poder?
No creo que lo haya.
El descontrol, me parece, es justificado.
Las transformaciones ensayadas por los asesores políticos y de imagen del gobernador Moreno Valle, han rayado en los extremos.
Por ejemplo, en los primeros tres años de administración, la mano dura, durísima, se vendió como un gran activo político.
Parecía un guiño a los sectores más conservadores del país.
A esos personajes de muy alta influencia en la toma de decisiones políticas y económicas, que se ponen a temblar al plantearse seriamente la posibilidad de que experimentemos en México un cambio radical en lo político, que pudiera poner en riesgo sus intereses.
Para ellos, la mano dura en el aplacamiento violento y contundente de los sectores progresistas significa el tener “gobiernos fuertes” a quienes, en su opinión, no les tiembla la mano la aplicación irrestricta de la ley.
Ahí está la Ley Bala, el caso Chalchihuapan, el encarcelamiento de presidentes auxiliares y la persecución de activistas que se opusieron al cholulteca Parque de las 7 Culturas, como modestísimos ejemplos.
Las acciones llevadas a cabo por el gobierno de Puebla fueron en su momento producto de una muy estudiada estrategia de posicionamiento político para atraer a estos grupos conservadores.
Ahora, somos testigos presenciales de un monumental giro radical.
Moreno Valle, en sus giras proselitistas por varios estados del país, vende que su gobierno es “ejemplo de humanismo”.
Sí, quien se ha caracterizado por gobernar desde un altísimo pedestal, inalcanzable para las mayorías, dedica ya parte de su valioso tiempo en cada gira de trabajo y acto público a los detestables, pero siempre necesarios “baños de pueblo”.
Las fotos que adornan las cuentas oficiales en redes sociales o que enmarcan los consabidos boletines -repetidos obsesivamente por los medios cómodos al sistema- son prueba irrefutable de lo anterior.
Hoy, todos tienen cabida: ancianos, niños, pobres, grupos vulnerables y demás sectores, antes olvidados por la magnánima mano del estado poblano.
Paralelamente, se ha vendido en lo mediático –con la misma intensidad con la que en su momento se defendió la teoría del cohetón- el cumplimiento absoluto de las recomendaciones hechas por CNDH en el caso Chalchihuapan, se han excarcelado a un par de presidentes auxiliares y se ha dejado a un lado la tentación de reprimir la protesta social y de perseguir a quienes se atreven a disentir.
Y lo que falta.
Habrá todavía más contacto popular, rodadas en bici, maratones, carreras largas o cortas, besos y apapachos.
Felicidad pura en pleno otoño del patriarca.
Sin embargo, el gobernador no se ve a gusto en este nuevo traje que le pretenden calzar.
Al contrario: luce forzado, acartonado, actuado, poco natural.
Sabe que tiene fingir y traicionar su verdadera naturaleza.
Los postulados en lo que realmente cree y que se ensayaron a rajatabla en cinco de los seis años de su gobierno.
El cambio, sobra decirlo, vale la pena, si en ellos va la viabilidad del tan anhelado proyecto presidencial.
Empero, para efectos de la pregunta planteada al inicio de esta columna, en poco o nada ayuda.
Al final, ¿humanista o autoritario?
¿Dr. Jekyll o Mr. Hyde?