Por: Rocío García Olmedo
Si algo positivo pudiera rescatase de la campaña política que recién concluyó en el estado de Puebla es haber colocado en la mesa del debate dos temas fundamentales que coadyuvan sin duda al avance de la igualdad entre mujeres y hombres.
Uno de ellos es la violencia política de género y el otro el uso de lenguaje incluyente y no sexista.
Del primero he escrito mucho y no me cansaré de seguir haciéndolo. En esta ocasión abordaré el segundo ellos desde la visión de los estudios de género. De ninguna manera pretendiendo presentar todo lo que ello abarca ya que el espacio no sería suficiente.
Lo hago con el objeto de clarificar que el uso de un lenguaje incluyente trasciende a la vida cotidiana de las mujeres y que de ninguna manera es una “moda” o “viola flagrantemente” lo establecido por el diccionario de la Real Academia Española, no es “cursi” y mucho menos es “torpe” como lo escribía hace poco mi querido amigo Mario Alberto Mejía.
Ya se ha mencionado en innumerables ensayos, investigaciones y análisis que el lenguaje expresa una compleja trama de dimensiones humanas que van desde lo cotidiano y práctico, hasta lo simbólico. El lenguaje también forma un conjunto de construcciones abstractas en las que inciden juicios, valores y prejuicios que se aprenden pero que también enseñan, porque conforman maneras de pensar y de percibir la realidad.
Refiriéndome específicamente a México -aunque ello no significa que en el mundo no esté presente- el lenguaje está lleno de androcentrismo[1] ello produce un conocimiento sesgado de la realidad y coadyuva a la invisibilidad y a la exclusión de las mujeres.
Si además, hacemos uso de un lenguaje sexista, con esa enorme cantidad de formas peyorativas que existen para nombrar a las mujeres, seguimos en la referencia de señalar a las mujeres como subordinadas o dependientes tanto en lo público como en lo privado.
El lenguaje se constituye así, como un medio para evitar justamente exclusiones, intransigencias, injusticias, discriminación y estereotipos.
Pero el lenguaje también es, dinámico y cambiante como las mismas sociedades, de manera que si reconocemos que estas sociedades están integradas por hombres y por mujeres, no es incorrecto ni es redundante, nombrar en femenino y en masculino. Se trata de usar un lenguaje incluyente donde hombres y mujeres se visibilicen.
Para lograrlo sin duda se requiere de cambios culturales. A ello estamos llamadas todas y todos, no continuar la reproducción de esa estructura patriarcal[2] y de relaciones de poder. Bien señala Rosa Cobo “existe un estrecho vínculo entre lenguaje y poder.”
Si el primer derecho de una persona es existir como ser humano y humana, implica el derecho a ser nombradas las mujeres.
¿Existe lo que no se nombra? Me parece que no. Y justamente de eso se trata, dejar de usar solo lo masculino para representar también lo femenino, ya que al excluir a las mujeres, el mensaje que se envía es continuar reproduciendo esa idea errónea de señalarnos a las mujeres como algo secundario en la vida social; todavía más, ésta exclusión es el correlato de la exclusión de las mujeres en espacios relevantes de la vida “Dime como te nombran y te diré como te valoran.”
Dice Débora Tannen (1999) aprendemos el lenguaje conforme crecemos, pero también vamos aprendiendo a nombrar o a no hacerlo desde nuestra formación religiosa, étnica, de clase y, por supuesto, de género.
Siguiendo a Débora Tannen en su libro “El Habla Hace a Nuestros Mundos” para quienes opinan que propuestas como el uso de lenguaje incluyente y no sexista rompe las reglas gramaticales, es válido acotar que la lengua española no ha permanecido inmodificable durante su existencia, ha debido cambiarse de acuerdo con las necesidades de comunicación de sus hablantes. Nunca se ha conservado inalterable e incluso ahora que se tiene un registro muy completo de ella ha podido mantenerse aséptica. La lengua está en constante cambio y son sus usuarios y usuarias quienes impondrán los siguientes cambios como lo han hecho en el pasado, y quienes adoptarán o rechazarán un término, un significado o un uso sobre otro, en función de la necesidad de la sociedad mundial de ser incluyente o no en el futuro de más de la mitad de la población y de la exigencia de esta parte.
Y el periodismo como todas las asignaturas, ocupan un papel muy importante por su incidencia directa. Y es posible que sean incluyentes en el lenguaje ya que no todos los mensajes orales y escritos que recibimos son sexistas y androcéntricos. “Se es incluyente cuando se nombra al colectivo de personas, o a la actividad misma, o los lugares (todos sustantivos epicenos) en lugar de los términos que incluyen la referencia al sexo de las personas. Se es incluyente cuando en los sustantivos comunes, se omiten los artículos o los adjetivos. Se es incluyente cuando se emplea la palabra “persona” o “personas.” Se es incluyente cuando se incluyen las palabras “mujeres y varones.” Se es incluyente cuando se desdoblan las palabras en femenino y en masculino. Se es incluyente y no sexista cuando se nombran las profesiones, cargos, oficios, etc. de acuerdo con el sexo de la persona de referencia. Se elimina el sexismo cuando se nombra a las mujeres por sí mismas y se evita denominarlas por su relación con algún sujeto masculino.” (Hacia un Lenguaje Incluyente, INMUJERES, 2015).
Continuar el proceso de institucionalización del lenguaje incluyente y no sexista, es una lucha que seguiremos dando no sólo las feministas, por fortuna también hoy es tarea de muchos hombres que han reconocido no sólo el haber confinado a las mujeres al ámbito de lo privado imponiéndose ver a las mujeres como inferiores; también, el haber dejado pasar mucho tiempo relegando a las mujeres de los espacios públicos y justificando las relaciones desiguales entre hombres y mujeres solo por lo biológico; asumiendo que nombrar en masculino era suficiente porque era lo “natural” provocando con ello injustas relaciones entre mujeres y hombres.
Hombres, que han clarificado que las diferencias biológicas entre hombres y mujeres no tienen por qué dar origen a la desigualdad entre hombres y mujeres, que por sí misma lleva a la discriminación contra las mujeres y a la construcción de uno de sus estereotipos como lo es, el lenguaje que invisibiliza a las mujeres.
Más de la mitad de la población somos mujeres, la mirada exclusivamente patriarcal nos ha ocultado, nombrarnos es también un acto de justicia, de respeto y de reconocimiento pleno de nuestros derechos de ciudadanía.