Por: Valentín Varillas
Mientras el resto de los aspirantes a la candidatura priista para el 2016 ha aceptado públicamente que les encantaría gobernar el estado -aunque sea por un modesto periodo de un año ocho meses- y ya operan en consecuencia, Blanca Alcalá, la que en teoría maximizaría el desempeño tricolor en la elección del próximo año ha optado, en apariencia, por el bajo perfil.
Sin embargo, lo cierto es que a pesar de los supuestos y constantes descartes, la todavía senadora se muere de ganas por convertirse en la primera mujer gobernadora de Puebla.
La aparente contradicción entre el querer y el hacer -que en los hechos no es tal- se explica simplemente analizando el estilo que, invariablemente, ha utilizado Alcalá en las coyunturas electorales en donde ha sido considerada y en su caso electa como candidata.
Este estilo es simple y se basa en mostrar una siempre rentable ambigüedad, que le permite moverse en distintos escenarios y con los más diversos interlocutores, para al final alcanzar amarres y negociaciones muy favorables para sus personalísimos intereses.
Cuando le conviene, pareciera que se sale de la contienda, pero al mismo tiempo aprieta en la negociación hasta conseguir lo que desea.
Bajo la misma lógica, hay momentos en donde reniega de su partido: asegura que el tricolor la necesita mucho más a ella de lo que ella requiere del PRI y se ufana de que los triunfos políticos que ha obtenido no han sido gracias al Revolucionario Institucional, sino a pesar de éste.
En este caso, su silencio y aparente “low profile” tiene como objetivo obligar a la dirigencia nacional a limpiarle el camino de contendientes, que eche a andar la maquinita de la negociación, que saque la pomada del hueso y le evite entrar en una cruenta y salvaje guerra con sus compañeros de partido.
Candidatura de unidad, en un proceso abierto a la militancia y en donde se le garantice que ella y nadie más será la única que se inscriba formalmente, es el verdadero objetivo.
Alcalá presenta como argumento de venta su ya tan cacareado buen posicionamiento en las encuestas en lo que a popularidad, conocimiento e intención de voto se refiere.
Además, la senadora intenta encarecer la negociación realzando lo complicado de la contienda poblana, al enfrentar a un gobernador que lo controla todo y que no tiene empacho en emprender campañas negras, mediáticas y jurídicas en contra de quienes son un obstáculo en la consecución de sus objetivos.
Ahí es en donde apela a su condición de mujer y en el potencial costo social que habría, si es que el régimen y su candidato decidieran emprender una cruzada que pretendiera afectar su imagen.
De paso, utiliza en su negociación la ya trillada cuota de género partidista como un plus adicional a los beneficios anteriormente mencionados.
En contraste, Blanca habla poco de lo hecho en su administración al frente de la capital.
Sabedora de que se trató de un trienio a fondo perdido, sin grandes logros que resaltar y con el tufo de la corrupción hediendo permanentemente alrededor de quienes fueron parte de su gobierno, su experiencia como primera presidente municipal de Puebla prácticamente ni la menciona.
Todo esto hace Alcalá en lo oscurito, mientras públicamente se viste con el traje de la institucionalidad y pide esperar que lleguen los tiempos de las definiciones.
Sin embargo, consciente de que factores como la edad y la salud no juegan ya de su lado, Blanca aprieta de tal manera en aras de competir en el 2016, que sutilmente coquetea con la amenaza de abandonar el priismo.
No es la primera vez que lo hace, mañana le contaré cuándo y cómo fue la anterior.
Además, todo parece indicar que los astros esta vez sí se le alinean convenientemente, o por lo menos es lo que le dice su bruja de cabecera, Silvia, la que le cobra por trabajo la módica cantidad de 25 mil pesos.
¿Le atinará esta vez?