Se trata de aquel que privilegia el protagonismo enfermo como sello personal, el abuso de poder y la amenaza como herramientas para hacerse respetar y la imposición absoluta como elemento único en la toma de decisiones.
Son los nuevos tiempos: los tiempos de María del Consuelo Anaya Arce como secretaria.
Tiempos que, sobra decirlo, han sido muy difíciles para quienes, al margen de grillas, filias y fobias, laboran ahí.
En apenas poco más de un mes, la nueva mandamás ha unificado criterios en términos de su desempeño y el unánime veredicto está lejos de favorecerla.
“Algo tiene la silla que marea” —aseguran los enterados.
Y debe ser cierto.
De entrada, la amenaza de perder el empleo o ser degradado en el organigrama de la secretaría se convirtió ya en el garrote mediante el cual Anaya busca generar apoyos a su gestión.
Una gestión a la que, según ella, busca darle un toque personal borrando de tajo cualquier rastro de lo que hicieron secretarios anteriores y eliminando de paso cualquier posibilidad de traición.
Y es que, la psicosis se ha desatado a tal grado en la oficina principal de Salud, que todos, absolutamente todos, han sido etiquetados como traidores potenciales.
Para muchos, la forma de actuar de Consuelo en una posición de poder puede resultar extraña.
Para otros, quienes en verdad la conocen, simplemente se repite un esquema que esta mujer ha ensayado a rajatabla en su paso por el servicio público poblano.
Desde el inicio del sexenio, Anaya Arce polarizó con personal de la dependencia, cobijada por el excesivo poder que en ella delegó el entonces titular, Jorge Aguilar Chedraui.
Operó con el hígado despidos injustificados de personal sin importar las consecuencias que estos tendrían en las distintas áreas de la dependencia.
Los relevos se dieron también en base a sus intereses, filias y fobias personales, no siempre llegando al cargo los mejores o más capacitados para desempeñarlo.
Los desacuerdos, en algunos casos, fueron más allá del ámbito estricto de la Secretaría y alcanzaron a personal de logística y de giras del gobernador Moreno Valle.
Consuelo fue parte del Instituto Poblano para la Mujer en el sexenio anterior y también dejó a su paso una larga estela de conflictos y de personal damnificado por su muy particular estilo de ejercer sus cargos.
Maltratos, acoso, despidos y decisiones que afectaron salarios y prestaciones a decenas de trabajadores fueron el saldo.
En este contexto, su nombramiento como parte del gabinete estatal sigue siendo una auténtica incógnita.
Tal vez fue parte de los extraños acuerdos a los que el actual gobierno llegó con el ahora diputado federal electo Charbel Jorge Estefan Chidiac, quien arrasó en la pasada contienda gracias al apoyo de la estructura de operación electoral morenovallista.
La cercanía de Anaya Arce con Estefan Chidiac, le ha dado un halo de protección e impunidad tal, que se trata de uno de los casos en donde tener un pasado marinista no ha sido impedimento para obtener puestos de alta influencia en la actual administración.
Raro, muy raro, si tomamos en cuenta que Charbel fue en la campaña del 2010, el más férreo crítico del entonces candidato y hoy gobernador de Puebla.
Sin embargo, por aquellos extraños azares que tiene la política, la bendición de Estefan hoy puede mucho más que todo lo anterior.
Al parecer, los amarres y esfuerzos de los operadores surtieron efecto y al final se logró el tan ansiado perdón, de cuya mano camino los más diversos y hoy comunes intereses.
“Misterios de la política” —diría el clásico.