El discurso del gobierno nunca vino acompañado de pruebas, tal vez porque no las hay. Peña Nieto apostó al silencio como estrategia y, solo de forma puntual, el secretario de gobernación comentaba la inseguridad en el país como cosa del pasado.
Pero la realidad los alcanzó y desnudó las carencias de un gobierno incapaz de evitar el terrorismo que mostró músculo en Jalisco, en una jornada propia de un Estado fallido. Las imágenes del viernes no son señal de mejora alguna comparadas con el baño de sangre que significó el periodo calderonista. Si el gobierno insiste en que la situación está bajo control, la realidad del viernes pasado lo muestra como mentiroso.
La lectura simple invita a afirmar que el crimen organizado responde a acciones del gobierno y que el intento de captura de “el mencho” es la causa del desastre que se vivió el viernes en Jalisco.
Sin embargo, un análisis menos oficialista lleva al dinero como origen de la crisis sistémica. El negocio es lo que importa y el cártel no está respondiendo al gobierno, sino ataca otros criminales que, a juzgar por las acciones, resulta ser el gobierno. Las mantas que el cártel colgó en distintos sitios en Jalisco son dignas de análisis social: el cartel de nueva generación no tienen problema con la sociedad, según afirman, sino con otros grupos criminales. En otras palabras, el problema es la disputa por la plaza, en la que una de las organizaciones criminales ataca al gobierno y lo señala por intentar favorecer a un nuevo actor.
Exactamente eso es lo más preocupante: hasta qué punto el Estado está infiltrado y hasta qué punto las acciones del Cártel Jalisco Nueva Generación responden al gobierno/enemigo, que ha decidido atacarlo para favorecer a otro grupo criminal. La cuestión es la de siempre: algo huele mal y parece que el gobierno no tiene las manos limpias.
El segundo aspecto a resaltar es el nombre y el modus operandi del grupo criminal. Los de la “nueva generación” derriban helicópteros a plena luz del día y lejos están de la “discreción” que buscaban otros grupos criminales. En México, estamos presenciando el desarrollo de grupos criminales que siembran terror, usan ipads y lanzan granadas. Sofisticados y bárbaros a la vez. Y en esa refriega, el ciudadano sigue siendo el eslabón frágil que presencia la lucha entre organización criminal voraz y a un Estado complaciente e incapaz. Complaciente, porque nadie cree que no sabía de la operación y peligro del cartel jaliciense; lo dejó crecer y hoy sufre las consecuencias. Incapaz, porque, si en verdad lo del viernes fue resultado de un operativo fallido, es claro que no midieron las consecuencias.
El cártel de Nueva Generación es sintomático de la realidad mexicana en materia de narcotráfico: gobiernos van y vienen, pero el negocio sigue pujante y se diversifica. Ahora sabemos que también se renueva. Hay una nueva generación y del lado del gobierno el discurso sigue siendo el mismo: aquí no pasa nada. Los muertos y el miedo, ni falta hace decirlo, los sigue poniendo la ciudadanía.