Quien está detrás de la intriga y la conspiración; quien sabe aprovechar su momento, sus capacidades y sus relaciones; y quien, incluso, sabe crear la atmósfera política necesaria para lograr sus objetivos.
Por eso la serie House of Cards se ha convertido en un fenómeno político. A su protagonista, Francis Underwood (Kevin Spacey), lo buscan presidentes para tomarse fotos con él; los empresarios y políticos pagan por escucharlo en conferencias, y su imagen se ha convertido en sinónimo del político que consigue lo que quiere. El pragmatismo y el cinismo de Underwood fascinan por ser reflejo de la realidad política.
La serie ha logrado mostrar de manera brillante un mundo de ambiciones sin igual: la Presidencia, el Congreso, le energía como el tema principal de toda negociación importante a escala global, el lobbying empresarial refinado, el factor chino, el espléndido asesor, la mujer enigmática y a Francis como cínico necesario, siempre que sea brillante.
Sin embargo, la mayoría de políticos no son como Underwood, sino como Peter Russo. Francis es el general y Russo es uno más de la tropa; es el político mediocre que –en la serie y en la realidad– se vende al mejor postor, no sabe cómo sacarle provecho al cargo que ostenta, traiciona a sus electores, pero –pese a todo– piensa que su capacidad política es ilimitada. No se da cuenta que es el peón desechable en el tablero de ajedrez de Underwood.
La realidad política –la mexicana en especial– está lejos de ser la ficción creada en House of Cards porque los intereses, aspiraciones y negociaciones son más mezquinas y menos ejecutivas. La verdadera tragedia mexicana no es que los políticos aspiren a ser Francis Underwood, sino que no aspiren a ser José Mújica, el Presidente de Uruguay que ha dejado su cargo este domingo.
Underwood construye un “castillo de naipes” (la traducción de House of Cards), mientras que Mújica siembra verduras en su huerto y ha ayudado a construir un país democrático, orgulloso de su presidente, de su política y de su austeridad republicana, reflejada en el vehículo de su expresidente, su Volkswagen Azul. Mújica no es el político perfecto, pero esa dosis de realidad, de austeridad, de políticas simples y necesarias es más fácil de lograr que los acuerdos de ficción de Francis Underwood. Los políticos mexicanos podrían ser Mújica, pero con mirar sus vehículos y sus logros se sabe que aspiran a ser Underwood, aunque carecen de la capacidad política para lograrlo. Si los políticos aspiraran a ser como el expresidente uruguayo este país sería más republicano y de menos apariencias. La desgracia se completa porque los políticos que quieren imitar a Francis Underwood ignoran que, más pronto que tarde, los castillos de naipes se derrumban.