House of Cards sorprendió en su primera temporada. Ganó algunos Emmys y muchísimos adeptos en todo el mundo. El guión no tiene una sola frase desperdiciada.
Frank Underwood sembró intrigas y cosechó algunos peldaños en su ruta hacia el poder en la Casa Blanca.
Nos dejó frases memorables y rompió con varios esquemas preconcebidos respecto de la ética política, el matrimonio y más.
Esperamos largo tiempo para descubrir más detalles del destino de Claire, Zoe y Stamper.
La segunda temporada no decepciona. Hay espacio para nuevos personajes que van redondeando una ruta de ambición memorable.
Sin embargo, a pesar de la impecable dirección, la fotografía exquisita y las espléndidas actuaciones, el fondo de lo que retrata es digno de análisis.
El personaje interpretado magistralmente por Kevin Spacey, representa a un tipo cínico y pragmático de los que abundan en política.
No obstante, lo que llega a asustar es que la serie y su historia sean tomadas como referencia en el actuar de quienes ejercen o aspiran a posiciones de poder. Pareciera que no distinguen entre ficción y realidad. House of Cards es un guión, una fantasía con personajes y situaciones que no corresponden a la trascendencia que implica el poder político en la realidad.
En una entrevista radiofónica afirmé que mirar la serie “debiera” ser considerado un diplomado y tener valor curricular; no lo hice en sentido estricto, sino por su utilidad para comprender el manejo de crisis y la adaptación a los cambios de escenario.
El pragmatismo, la ausencia de juicios morales y remordimientos en las decisiones que toma Frank, el personaje principal, lo llevan a no respetar la vida humana, a ser desleal, infiel y peor aún: muestra con claridad que la conquista del poder no provee por sí misma felicidad.
El guión plantea a un matrimonio sin hijos cuyo vínculo principal y equilibrio es la trayectoria del Capitolio a la Casa Blanca y como ésta les distancia y enferma como pareja a pesar de mantenerlos juntos.
House of Cards es una historia fascinante que le ofrece al televidente lo que esté dispuesto a mirar: drama, intriga, suspenso, tips o un manual de acción para cualquier político sin escrúpulos.
A fin de cuentas, la teoría de comunicación plantea la percepción y la retención selectiva como inherente a la formación de cada persona. Es decir: cada uno encuentra lo que quiere ver según su propia vida y se queda con aquello con lo que se identifica según sus valores.
Es entonces, también House of Cards, un estupendo ejercicio para reconocerse a sí mismo.