En el caso de la reciente desaparición de los cuarenta y tres normalistas de Ayotzinapa, parecería que al no haber una respuesta contundente y totalmente transparente se le está apostando a que opere el olvido social para que las cosas sigan igual, es decir, se “tranquilicen”.
Mal hacen quienes aconsejan que el olvido operará en un asunto como el anterior, porque pierden de vista que la escalada de violencia garantiza que, sin saber cómo o cuándo, falta menos para que el próximo suceso negativo atrape la atención pública nuevamente, y reavive el debate para saber si existe la capacidad del Estado mexicano de acabar con la violencia.
Diariamente vamos por la vida entre la posibilidad de olvidar lo que nos causa daño, de dejar pasar lo que no tiene relevancia y por otro lado la de tener presente lo que sí nos es significativo porque tiene un peso en función a nuestra realidad interna y colectiva.
Una función terapéutica de la mente que permite recuperarnos de pasajes desagradables y dolorosos es el olvido. A veces el olvido permite que mengüen los rencores y que conforme transcurra el tiempo podamos restablecer vínculos dañados por sucesos del pasado.
Así que el olvido puede representar un beneficio para nuestra propia mente en la medida que libera espacio para nuevos pensamientos, y esto da pauta a no gastar energía en situaciones que ya pasaron y que no podemos modificar.
El olvido es una función que lo mismo opera en el ámbito individual como en el colectivo, así que podemos tomar como referencia lo que sucede en nuestra individualidad para entender lo que sucede colectivamente y viceversa.
Por otra parte en nuestra cotidianidad vivimos una cantidad innumerable de pequeños episodios que solos no tienen ninguna relevancia, pero ésta crece en la medida que permiten recordar o reconstruir otros hechos que son importantes no olvidar.
Por ejemplo, usted no recuerda de qué color fue el primer automóvil que observó hoy, pero podría tenerlo presente si con ello relaciona que estuvo a punto de atropellarlo.
Los sucesos negativos en México no pueden olvidarse porque son como el auto que pudo haberlo atropellado o que tal vez ya lo atropelló, son constantes y siempre están con nosotros, como las crisis económicas, los homicidios masivos, los robos multimillonarios a las arcas públicas, los conflictos armados y religiosos, los desastres naturales, las desapariciones forzadas, etcétera.
Como muestra de lo anterior existen varios ejercicios recopilatorios, uno se puede consultar en LaPoliciaca.com, periódico electrónico de nota roja que publicó hace más de un año una cronología de ejecuciones masivas del 2010 al 2012, en la cual se observa la constante de este tipo de hechos y que al parecer van a la alza.
Por otra parte, en un artículo titulado “…Y la bomba de las desapariciones masivas estalló” de Ricardo Monreal Ávila, el autor hace una revisión hemerográfica de las fosas clandestinas encontradas entre el 2006 y el 2014, así como de las desapariciones forzadas colectivas; en ambos casos se puede deducir que de continuar el ritmo observado en los últimos ochos años, al menos en el corto plazo esto seguirá siendo tema nacional e internacional.
Como es sumamente probable que la escalada de violencia en nuestro país se mantenga en el ritmo de los últimos años, el caso Ayotzinapa cobrará una dimensión simbólica y emblemática que se fije aún más en lo profundo de la mente y el sentir de los mexicanos, haciendo realidad la frase del inolvidable Gabriel García Márquez: “El afán de querer olvidarte es mi mayor ímpetu para recordarte”.