Dilma Rousseff, la recién reelecta presidenta de Brasil, cuenta con pasajes de su vida para nutrir cualquier libreto hollywoodense, pero no está satisfecha; y los próximos cuatro años pueden ser los que permitan recordarla sin acudir al padrinazgo necesario de Lula da Silva.
Dilma Rousseff fue reelegida por escaso margen como presidenta de Brasil. Los números marcan – 51.63% sobre 48.37% de Aécio Neves – que el proceso electoral fue el más reñido de la historia de aquel país.
Hace unas semanas, cuando las encuestas previas a la primera ronda eran encabezadas por Dilma Rousseff seguida por Marina Silva, le comenté que ganara quien ganara de las dos, en realidad el verdadero triunfador sería Lula da Silva.
Y es que en cierta manera tanto Dilma como Marina han sido compañeras y discípulas de este ex mandatario.
Por supuesto que la cerrada elección presidencial ha dejado un Brasil polarizado, no obstante los llamados a la unidad de los contendientes en la segunda vuelta. Cada voto fue peleado palmo a palmo.
La campaña electoral evidenció los casos de corrupción que involucran a miembros del partido gobernante – Partido de los Trabajadores (PT)- así como los errores cometidos en la última década por estos.
En esto radica uno de los grandes retos de la presidenta Dilma: emprender una serie de medidas que no dejen lugar a duda de su verdadera vocación, e ir a fondo en el saneamiento de la administración pública.
Otro de los desafíos de Dilma Rousseff tendrá que ver con la oportunidad que representan cuatro años más en el poder, en los que, de una vez por todas, pueda imponer su propio sello que haga un hito en la historia de su país, no como la discípula y continuadora del régimen de Lula, sino como la primera mujer en la presidencia de la república que alcanzó reformas estructurales para impulsar el crecimiento sostenido de la economía de su país, y que éstas se vean traducidas en efectivos beneficios para los millones de hogares sumidos aún en la pobreza.
No es fácil que el discípulo logre desprenderse de su maestro en el ámbito político, porque son tantos los compromisos que se establecen de toda índole, que dichas muestras se interpretan como posibles actos de traición. Pero es el paso que debe dar Dilma si quiere representar el cambio.
A lo largo de su vida personal y de su trayectoria profesional, Dilma ha demostrado que tiene el carácter suficiente para sobreponerse a la adversidad y que tiene méritos indispensables para pasar a la historia de su país por sí misma.
No es para menos. Dilma salió adelante de un cáncer que le fue detectado en el 2009. No fue la primera vez que la nacida en Belo Horizonte veía con cierta posibilidad la muerte, ya que desde sus años de juventud, cuando formó parte del grupo de extrema izquierda Política Operaria, había aprendido a montar a caballo y se adiestró en el manejo de las armas.
Dilma sabe lo que es estar siendo torturada durante veinte días por un régimen que no se tienta el corazón ante los que considera sus enemigos. En su momento ella así fue tratada.
En el pasado proceso electoral Dilma ya dio muestras de que esta vez irá más allá de lo que fue su primer periodo de gobierno y que si es preciso deshacerse de la sombra de su maestro Lula, no dudará en hacerlo.
En la prensa brasileña fue ampliamente abordada la inconformidad de Lula cuando Dilma decidió postularse para un segundo periodo, sin consultarlo con él.
Seguramente el próximo periodo presidencial de Dilma será el de la diferenciación con el pasado y la proyección de la continuidad de la izquierda en el poder.
Tal vez estemos frente a los mejores cuatro años de la vida política de Dilma Rousseff. Al tiempo.