Melquiades, a diferencia de Marín, tiene el control de la mayoría de la estructura tricolor, fundamental para la operación electoral y la consecuente obtención de votos.
Sin embargo, después de su actuación en los procesos locales del 2010 y 2013, Morales Flores se ha colgado al interior del partido la etiqueta de traidor.
Los priistas saben que esta estructura fue puesta a disposición de los intereses del hoy gobernador Rafael Moreno Valle en esas elecciones, hiriendo de muerte al tricolor poblano, que tardará varios años en reponerse de semejantes ridículos electorales.
La ventaja de Melquiades es la buena imagen que goza entre la mayoría de los poblanos.
A pesar de que su sexenio se caracterizó por la monumental corrupción y la absoluta falta de resultados concretos, se trata sin duda del ex mandatario poblano con mayores simpatías entre los ciudadanos.
Su enorme reto será dar señales de certeza al margen de toda ambigüedad si quiere tener influencia y peso específico en la toma de decisiones políticas en la próxima coyuntura electoral.
El caso de Marín es exactamente opuesto.
Al interior se le sigue viendo como priista “puro”, una supuesta víctima de las traiciones y el canibalismo interno desatado a partir de su llegada a la gubernatura del estado.
Buena parte de su estructura ya no existe, se sostenía con dinero y ese dejó de llegar desde hace tiempo.
Algunos fueron comprados por el grupo político en el poder y hoy responden únicamente a esos intereses.
“El que paga manda”.
Sin embargo, algunos olvidan que como “jefe máximo” de su partido su comportamiento fue absolutamente sectario y nada incluyente.
Más allá de los poquísimos y muy elementales acuerdos con otros grupos, Marín aniquiló políticamente a cualquiera que estuviera fuera de su tristemente célebre “burbuja” y cuando el momento llegó, le cobraron todas y cada una de esas facturas.
Sobra decir que la imagen de Mario Marín será un lastre absoluto para su partido.
A más de ocho años del caso Lydia Cacho, en el imaginario colectivo nacional sigue siendo el enemigo público número uno en lo que a política se refiere.
Su sexenio es recordado en Puebla como de nulos resultados y altísima corrupción.
Estas son las “figuras” con las que cuenta el PRI local para enfrentar la elección federal del 2015.
No hay más.
Repudiándose mutuamente, ya los veremos cerrando filas para defender los intereses del presidente de la República y intentando generar condiciones que les permitan a ellos y sus herederos políticos, seguir vigentes en el arte del pancracio institucional.
A tragar sapos sin hacer gestos, un arte que ambos sin duda dominan.