Filosofía contra práctica.
Ilusión contra operación real.
Y es que, mientras los corderistas le dieron forma a una campaña basada en conceptos como la congruencia o los principios ideológicos, del otro lado se privilegiaba la estrategia de campo, la que al final arroja los votos necesarios para cumplir un objetivo.
Con todo lo que esto implica.
La lección es contundente: hoy en política, ganar no es lo más importante, es lo único.
Y todo se vale con tal de lograrlo.
Por eso, las acusaciones de desaseo, de irregularidades comprobadas, de la descarada compra de conciencias servirán únicamente para sazonar la contienda.
Nada cambiará.
El resultado final no alcanzará siquiera para acudir a tribunales.
Mucho menos se harán realidad los presagios de división o de éxodo masivo de militantes.
Los blanquiazules no son de romper.
Son de “callar y obedecer”.
Y así se hará.
En los casos de mayor peligro potencial, se echará mano de la entrega de posiciones o de la compra de voluntades.
Así se ha hecho siempre.
La victoria de Madero se decretó el mismo día que amarró las alianzas necesarias con quienes en la práctica y a toda costa, están acostumbrados a dar resultados.
La maquinita funcionó con precisión quirúrgica, por lo que la posibilidad de fracaso siempre fue prácticamente nula.
El control de las estructuras del partido, con su respectiva capacidad de movilización y la llave abierta del erario de tres estados para financiar lo que hiciera falta resultaron demoledores.
Contra esto, no hay defensa.
Mucho menos entre la militancia de un partido que desde hace décadas dejó de ser “puro y virginal” y que acabó vendiéndose al mejor postor.
Ahora hay un PAN cooptado, controlado, cuyas escrituras se han entregado a un grupo político que lo utilizará para los fines que más les convenga.
Rafael Moreno Valle y Enrique Peña Nieto pueden dormir tranquilos.
Seguirán teniendo títere a modo.
