Una vez que a lo largo de toda la contienda denunciaron inequidad, trampas y desvío de recursos públicos, deciden ahora no impugnar el proceso.
Se escudan en “la unidad del partido”, una unidad que no existe en los hechos.
O bueno, habrá que saber antes qué entienden ellos por unidad.
¿Cargos de medio pelo en la estructura partidista?
¿Posiciones “honorarias” sin la menor importancia política?
¿Qué tal las candidaturas que queden al margen de las negociaciones que haga el blanquiazul con el gobierno federal para la elección del 2015?
Sí, las posiciones que en la mesa se clasifiquen como “perdidas de antemano”.
Serán utilizados como carne de cañón.
Otra vez.
Pobres.
Con su negativa a impugnar el proceso, avalan todas y cada una de las acciones de las que se valieron Madero y sus aliados para amarrar la reelección.
Vergonzoso.
¿Y lo envalentonados que estaban?
¿Y las acusaciones, dónde quedan?
¿Y las denuncias presentadas ante instancias como la Fepade?
¿Tenían o no argumentos sólidos para respaldarlas?
Si la respuesta es un contundente “sí”, su obligación civil y moral es aportarlas como elementos en la impugnación del proceso.
Si nunca tuvieron las pruebas concretas, demostrarán que utilizaron las instituciones para beneficio político personal y que mintieron al presentar los argumentos que soportaban sus denuncias, lo cual es simple y llanamente un delito.
Esto los pondría al mismo nivel de quienes fueron responsables de las prácticas que en su momento acusaron y señalaron.
Insisto, penoso.
El proceso del domingo puso a los corderistas en su justa dimensión.
Resultaron menores, mucho más chiquitos de lo que aparentaban.
Su destino cruel, bien merecido por cierto, será vivir de rodillas frente a los que los sometieron, apabullaron, maltrataron y minimizaron políticamente, y todavía mostrar una sonrisa al hacerlo.
No tienen de otra.
Su supervivencia va de por medio.
Guácala.