No es nuevo reflexionar sobre los vínculos que existen entre nuestras edificaciones y lo que pensamos: las formas de pensamiento dan pauta a entramados, y estos a estructuras mentales que a su vez se ven reflejados en órdenes, estilos, tendencias y corrientes de la construcción.
Los constructores de la antigüedad sostenían que la construcción es una combinación de arte y ciencia, que sólo adentrándose en los misterios que protegen sus ocultos caminos los individuos podían experimentar la transformación material, intelectual y espiritual.
Decían los antiguos arquitectos que una vez experimentada la transformación, el individuo estaba en condiciones de comprender la naturaleza constructora del Principio que da vida al Universo.
Recuerdo –tómese este verbo en su profundo sentido etimológico- todo lo anterior cuando con júbilo me adentro en la biografía de Shigeru Ban, el arquitecto japonés de 56 años que esta semana fue galardonado con el Premio Pritzker de arquitectura 2014.
El Premio Pritzker fue creado en 1979 por Jay A. Pritzker para reconocer a los arquitectos vivos que a través de su obra hayan alcanzado altísimos niveles de creatividad en la concepción y materialización de sus construcciones, además de que las aportaciones arquitectónicas signifiquen progreso en todos los sentidos para la Humanidad. En pocas palabras, el Premio Pritzker es el Nobel de la arquitectura.
Shigeru Ban encarna muy bien la naturaleza holística del Premio Pritzker, porque además del genio artístico que plasma en toda su obra, un profundo sentimiento le ha llevado a los lugares más necesitados para ayudar a los que literalmente nada tienen.
En 1995, después del terremoto que dejó en Kobe, Japón, más de 5 mil muertos y una devastación de gran magnitud, Shigeru Ban diseñó casas muy resistentes, fáciles de levantar y de bajo costo usando como material principal el papel.
Shigeru Ban llevó su propuesta a Ruanda (1998), donde de manera coordinada con la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contribuyó a los esfuerzos para disminuir la escasez de vivienda; también llevó su sistema a otras naciones azotadas por catástrofes naturales como en Kaynasli, Turquía (año 2000, 20 mil muertos) y en Bhuj, India (año 2001, 600 mil damnificados).
Shigeru siempre está dispuesto a colaborar, pese a que no siempre tiene los resultados deseados, como en Haití, donde los participantes no siguieron puntualmente sus indicaciones y las construcciones levantadas no fueron impermeables.
El presidente de la Fundación Hyatt, se refirió así a Ban al darlo a conocer como ganador del Premio Pritzker:
“El compromiso de Shigeru Ban con las causas humanitarias a través de su trabajo de ayuda en caso de desastre es un ejemplo para todos. La innovación no está limitada por el tipo de edificio y la compasión no está limitada por el presupuesto. Shigeru ha hecho de nuestro mundo un lugar mejor”.
En efecto, de las anteriores palabras podemos traer a colación el poder y la fuerza de la compasión que toman vida en Shigeru Ban, como lo han hecho desde antaño en mujeres y hombres que se han convertido en Hermanos Mayores para la Humanidad.
La compasión se refiere etimológicamente a “sufrir juntos” y va más allá de la empatía que como bien se ha dicho es algo así como “ponerse en los zapatos del otro”. La compasión es hacerse uno con el otro y vivir su desnudez y desamparo como si fuera la propia, de tal manera que se comprende a cabalidad y las palabras son insuficientes.
Mientras la mentalidad utilitarista considera la compasión como cualidad de los débiles, los antiguos la consideraban cualidad propia de la iluminación porque implicaba haber desentrañado el misterio por el cual todos somos hermanos.
¡Enhorabuena por el reconocimiento a Shigeru Ban, que su labor sea duradera para que constantemente visibilice los vínculos entre Arquitectura y Compasión!