Si bien los altos jerarcas conocen ya de sobra los puntos centrales de su proyecto político y hasta cierto punto han mostrado señales de aceptación al mismo, era necesario que los “auténticos soldados” de la extrema derecha poblana, los que operan y movilizan a buena parte del voto duro blanquiazul, escucharan a quien pudieran llevar como candidato al gobierno de la ciudad.
Quien recibió la encomienda directa de operar con la base de la ultraderecha y garantizar su asistencia fue Pedro Plaza Montaño, muy cercano al todavía Secretario General de Gobierno.
Entre los asistentes, destacan representantes de lo más granado de la tropa yunquista como Eduardo Louvier, José Miguel Castillo, Alberto Pérez Peña, Yaya Espinoza de los Monteros, Cinthya Velásquez, Fernando Arrubarrena y Patricia Calleros.
El encargado de la política interna del estado ensayó todas y cada una de las dotes que lo han convertido en un auténtico encantador de serpientes.
La cara siempre risueña, el trato siempre afable, el tono de voz siempre cordial.
Es el aparente rostro suave de un gobierno de hierro que no admite disensos y que intenta por todos los medios etiquetar como enemigos de Puebla a quienes difieren de sus prácticas y métodos.
Teatro puro.
Hace pocos menos de un mes, Manzanilla empezó una de estas reuniones con una larga perorata sobre temas ajenos a la política y que resultaban irrelevantes para los ahí convocados.
Por cerca de una hora, el funcionario habló y habló de todo, menos de política, del gobernador y de su visión de ciudad.
Hasta que la inevitable pregunta llegó:
-¿Quieres ser alcalde, o no?- dijo una voz que retumbó en el recinto.
-Me imagino que por eso estamos aquí- remató.
Y fue entonces cuando el cuñado del gobernador no tuvo más remedio que entrarle al tema.
Inició con un panorama general de logros personales en el ámbito profesional y académico y a tocar someramente las alternativas de solución a los problemas más urgentes de la ciudad contemplados en su programa de gobierno.
Hasta ahí, todo bien.
El problema surgió cuando Manzanilla le entró al asunto de la responsabilidad de los gobernantes de generar políticas públicas que coadyuven a que los ciudadanos alcancen la felicidad y logren vivir en paz.
Y así, el discurso giró a cuestiones espinosas como el manejo de la energía y el concepto de divinidad.
Un auténtico tabú en términos de la formación ideológica y religiosa de los asistentes.
El clímax llegó cuando el funcionario pronunció la palabra prohibida y se refirió a Dios.
Pero no al único: omnipotente, omnipresente, todopoderoso en el que cree a pie juntillas la tropa yunquista.
El de la Biblia católica.
No, Manzanilla habló de “su Dios”, el personal, el particular, en el que cree, el producto de una imperdonable relativización para quienes basan sus creencias en aquellos infranqueables dogmas de fe inoculados a sangre y fuego en su ADN y que se han mantenido inamovibles a lo largo de un número infinito generaciones.
La reacción no pudo ser peor.
Algunos se revolvieron en sus asientos.
Otros más fruncieron el ceño al grado de la completa deformación.
Los más “ofendidos” como la señora Espinoza de los Monteros, optó por encabezar un grupo que de plano abandonó el lugar en donde se llevaba a cabo el encuentro.
Al final, prueba no superada.
Si es verdad, como se maneja en el análisis, que Manzanilla no tiene un veto por parte de los altos jerarcas de “la Organización” y que inclusive, en un escenario de ruptura con el gobernador Moreno Valle estarían dispuestos a apoyar su proyecto político, los generales yunquistas tendrán ahora que enfrentarse al monumental reto de salvar el reciente veto que la tropa le ha puesto al proyecto de Fernando.
Parece misión imposible.
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Twitter: @ValeVarillas