Roberto, con boleto en mano, escuchó desde afuera del estadio el primer grito de gol. Fue un penal, dijo el obeso y sudoroso estudiante con audífonos que, compañero de ocasión en el tumulto formado en los linderos de la puerta 6 del estadio universitario de los Lobos de la BUAP.
Como Roberto, decenas de personas, incluyendo niños, esperaban acceder al inmueble donde se disputaba la final de ida de la Liga de Ascenso entre los licántropos y el León, pero por órdenes, decían los improvisados elementos de seguridad, habría que cerrar en espera de que “alguien”, les indicara lo contrario a pesar de los boletos que los aficionados presumían.
Evocaciones
Beto, como le dicen sus amigos, esperaba con ansias ver un partido del equipo profesional de futbol de su alma mater, pues indudablemente evocaría sus mejores años de estudiante. Aún tiene presente cuando asistía al arruinado Estadio Zaragoza para gritar porras, tomase “unas chelas” y ver perder, en su mayoría de veces, al equipo que entonces manejaba un tal Ayala.
Mientras que los spots de radio advertían boletos agotados, en el noticiero con más de cuatro décadas al aire presumían 45 pases para el mismo número de personas que llegaran a sus instalaciones. Roberto no se preocupaba, recordaba, ingenuamente, que más de media hora de espera, dos días antes, en la Farmacia Fleming, le daban la tranquilidad de un lugar asegurado. No sería así.
La seguridad rebasada
De repente Roberto era parte de una multitud que reclamaban se les respetara los pases que agitaban frente a policías y hombres de chalecos verdes y naranjas que cándidamente, pedían calma.
“Fórmense bien, sino no pasan”. “Mujeres de este lado, hombres de este”. “Es que hay que esperar a Protección Civil para que nos indiquen”. No se veía el fino de los desatinos. La desesperación de los aficionados, entonces, fue impulsada por el intenso sol de una tarde de abril. “¡Órale burro!”, “¡Cómo quieres que nos formemos!”, “¡Abre ya, también hay niños!”, “¡Cómo es que dan boletos si no van a dejar pasar!”. Los del otro lado de la valla encogían los hombros.
Después de 25 minutos de haber iniciado el encuentro y ante la negativa de abrir las puertas, el tumulto comenzó a desmembrarse. Algunos resignados se encaminaron a la salida de CU, unos más probaron suerte en otras puertas.
Un grupo de estudiantes prefirió trepar los muros inclinados del estadio para acceder al inmueble, aunque no todos lo lograron. Ante la improvisación estudiantil el cuerpo policiaco rodeó el lugar no sin antes mostrar la frustración: “dales un pinche madrazo, chingue a su madre”, dijo el uniformado bigotón”. “Se les va a reportar a rectoría, ya nos dieron indicación”, añadió la señora de chaleco verde chillante.
El hermetismo
Roberto fue de los que intentó en otros accesos. En la puerta cinco un místico e irónico policía lo iluminó, señalando al cielo le sugirió pedir una explicación “allá arriba”. En la puerta uno fue similar el trato, el de seguridad, otra vez con chalequito verde, pero este con tatuajes en los brazos, le negó la entrada. Ahí notó que nadie daba explicaciones de lo que pasaba, pues un imberbe encargado, así señalado por los vigilantes, huía despavorido y mudo de la grabadora de un reportero.
Cerca de la puerta marcada con el 11, Beto y su acompañante lograron ver que accedían 3 personas y se acercaron rápidamente. Se trataba de los inefables recomendados que fueron cobijados por la burócrata universitaria ataviada en playera del equipo de casa, con pantalón de vestir y zapatos de tacón alto. “Es que allá están sus lugares”, argumentó para que la valla se abriera como por arte de magia. “Quien puede decir algo al respecto es Octavio Vázquez, pero ahorita viene”, escuchó de un vigilante otra vez la justificación que le daban al mismo reportero extraviado.
Por fin la hazaña
El árbitro ya había pitado el segundo tiempo cuando la gente se aglutinó en la puerta 10. Y los desatinos reaparecieron. “¡Fórmense…!” “¡Una fila…!” “¡No empujen, sino…!”. La gente no lo toleró más y al ver que intentaban cerrar la reja definitivamente, a base de empujones algunos alcanzaron a entrar, entre ellos Roberto, quien festejó la hazaña con un vaso de cerveza de 40 pesos, logrando ver sólo un gol de los seis de la tarde.
Cerca de las seis de la mañana del siguiente día, la conductora del noticiero de los 45 pases, decía: “me sorprendió cómo los estudiantes se manejaron con mucho respeto”, Roberto giró la llave de la regadera murmurando: “que no mame”.
Apunte:
A pregunta expresa, en rueda de prensa al final del partido, el entrenador de Lobos BUAP, Sergio Orduña se pronunció al respecto, reconociendo a la afición que los ha apoyado: “No sé porqué no los dejaron entrar. Yo felicito a esta afición que nos han apoyado, realmente merecen un aplauso”.