Hace unos días, mirando distraídamente el televisor de un restaurante, vi a varios precandidatos a cargos de elección popular, todos del mismo partido, dando breves mensajes al público. Al final, a manera de rúbrica, apareció el “logo” y el lema del partido que los patrocina: “PARTIDO X, COMPROMISO POR MÉXICO”.
Confieso que esto último fue lo único que logró llamar mi atención. Sin pensarlo, me hallé de pronto meditando sobre su contenido, o, mejor dicho, tratando de encontrar el significado, el mensaje concreto y preciso que los creadores de la frase pretenden comunicar a los electores con la finalidad, claro, de ganar su simpatía y su voto para las elecciones que todos sabemos.
Y con mucha pena debo decir que por más intentos que hice, por más vueltas que le di al asunto, no logré despejar la incógnita, no conseguí encontrar el núcleo racional escondido en la llamativa frase.
¿”Compromiso por México”? ¿”Compromiso con México”? La primera duda que me surgió fue, lógicamente, en qué consiste ese “compromiso, de qué elementos consta, qué proyectos y acciones de gobierno lo integran, sobre qué bases firmes y sólidas fue construido para garantizar su eficacia en caso de que llegara a materializarse en hechos. Y repito que no logré encontrar la respuesta, simple y sencillamente porque el lema de referencia no contiene ningún elemento, por mínimo que sea, para dar con ella.
En consecuencia, tuve que cambiar mi primera interrogación por estas otra cuestiones hipotéticas: ¿Es que acaso, quienes elaboran la propaganda de los precandidatos, consideran que no es en absoluto necesario que la masa de los electores comprenda, con claridad y precisión, la propuesta, el compromiso puntual que contraen con ella quienes solicitan su respaldo y su voto para acceder a los puestos de poder a que aspiran?
¿O piensan acaso que todos los electores, sin excepción, están perfectamente capacitados para desentrañar por sí mismos el sentido racional oculto en sus frases de campaña, en el lenguaje sibilino en que redactan su “compromiso”? ¿O, finalmente, hay que suponer que de lo que se trata precisamente es de evitar que ese “compromiso” sea bien entendido por sus destinatarios, para evitar el día de mañana incómodos reclamos en caso de incumplimiento de los mismos? Como quiera que sea, lo obvio es que de lo que menos que se puede elogiar el tal ”lema”, es de la transparencia con que busca comunicarse con los electores.
La segunda duda con que tropecé fue con quién concretamente se hace el “compromiso”. Con México, naturalmente, diría el autor del eslogan. Pero ¿quién es “México”? ¿A quién o a quiénes, seres de carne hueso, nos referimos cuando apelamos a ese gentilicio que nos identifica y agrupa a todos los ciudadanos de esta nación?
Porque es un hecho craso que MÉXICO, el nombre de nuestra patria, es una abstracción: bella, entrañable, amada y respetada por todos los mexicanos (al menos quiero creer que por todos) pero, a pesar de ello, una abstracción simple y llanamente. Por tanto, incapaz por sí misma de aprobar o rechazar una oferta de campaña; y más incapaz aún, si cabe, de reclamar el incumplimiento de la misma en caso necesario.
Por eso, hacer compromisos con “MÉXICO”, por impactante y conmovedor que suene, no pasa de ser una tomadura de pelo. Alguien dirá que no es así; que “México” somos “todos los mexicanos” de hecho y de derecho que existimos hoy. Pero resulta que, desgraciadamente, la expresión “todos los mexicanos” es también una abstracción, es decir, un puro concepto útil para las operaciones mentales a que nos obliga nuestra convivencia social, pero que hace abstracción (permítaseme la redundancia) de las profundas y evidentes diferencias que hay entre nosotros.
En efecto, los “mexicanos” nos diferenciamos unos de otros en aspectos tan esenciales como la posición económica; la forma en que devengamos y recibimos nuestros ingresos (salario, sueldo, utilidad, interés), que a su vez depende de la distinta función o “rol” social de cada uno de nosotros; por nuestra relación con la propiedad privada de los bienes materiales y con el poder económico y político; por nuestro nivel educativo, etc., etc.
Estas diferencias, evidentes por sí mismas, determinan necesariamente que los mexicanos, lo sepamos o no, formemos parte de distintos estratos, grupos, “agregados sociales” que representan intereses distintos y enarbolan, en consecuencia, problemas y exigencias también distintas y, a veces, directamente opuestas. Por eso, un compromiso con “todos los mexicanos”, repito, no pasa de ser una frase hueca. La lógica dice que deben hacerse tantos compromisos concretos como agregados distintos hay en MÉXICO. No más pero o menos.
En resumen, mi reflexión me llevó a la conclusión de que, sin negar el impacto sentimental favorable que causa el oírlo, el “lema” que digo es una frase vacía, carente de cualquier contenido racional capaz de convencer, legítimamente y sin manipulación de ningún tipo, a los futuros electores. Y es así, porque hace un “compromiso”, cuyo contenido resulta imposible de preciar, ante un sujeto también imposible de precisar, ante una abstracción incapaz de juzgar lo que se le ofrece y de reclamar su incumplimiento en caso necesario. NADA ante NADA.
Estamos ante un ejemplo clásico del discurso cantinflesco tan del gusto del político mexicano al uso, verdadero virtuoso en el arte de hablar durante horas sin decir absolutamente nada, sin comprometerse a nada ni con nadie. O, al menos, no con quienes carecen de las claves necesarias para interpretar este tipo de mensajes.
Ante el típico discurso demagógico que urge dejar atrás, que urge cambiar por otro que hable en forma directa e informada de los grandes problemas nacionales y de la soluciones que se piensan instrumentar para atacarlos seriamente, en un estilo accesible para todos y comprometido con las principales víctimas de dichos problemas.
Es la clásica frase florida y campanuda que un político que se respete a sí mismo no debe volver a pronunciar jamás, so pena de pagar el costo respectivo en las urnas. Los electores, por nuestra parte, debemos aprender a distinguir estas “perlas” de la demagogia de moda, y a castigar, con la negativa de nuestro voto favorable, a quienes insistan en vendernos esa basura como joyas de buena ley.