Era una mañana lluviosa.
Caminaba como de costumbre hacia mi trabajo. A la espera del camión que me llevaría al mismo lugar de cada mañana. Resguardándome de la lluvia, apareció la persona que me enseñaría lo que ahora sé.
Primero me miró fijamente. Luego me sonrió y guiño el ojo.
Después me preguntó la hora (siempre he considerado esa, la pregunta más tonta) una vez que se la di, entabló una charla conmigo.
El camión tardaba más de lo que normalmente tardaba. Y la lluvia arreciaba.
Hasta hizo que rozáramos nuestros cuerpos el desconocido y yo. No puedo explicar qué me paso, pero sentí como una corriente eléctrica que taladró más allá de mí ser.
La segunda vez que lo vi fue más especial. Lo encontré afuera de mi trabajo, llevaba un ramo de rosas, mi color preferido.
Se acercó y me dio un beso, el primero. Fue cerca de la boca, solo la rozó.
Me ruboricé y mi cuerpo se estremeció. Entonces me invitó un café y acepté.
Ahí rozó mi pierna con la suya y me excitó. Tenía días que me mojaba de solo pensar en él.
Cuando tocó con sus manos mi pierna, desee que la subiera por mi falda y la metiera hasta sentir mi humedad. No sé como no le abrí las piernas y lo invité a tocar.
Entonces me dijo que fuéramos a un lugar más íntimos. Sin miradas de la gente. Sin testigos.
Y caminamos hacia un jardín. Ahí me besó de tal forma que me vine en sus labios.
No se dio cuenta, pero me mojé completa. Cuando me dijo que quería estar conmigo, aún más íntimos. Me dio miedo y le dije que no.
Toda la noche me arrepentí de esa negación. Aún no entiendo por qué la dije, si deseaba todo lo contrario.
Salí por cuestión de trabajo unos días, así que casi morí en vida.
No sabía como comunicarme con él y hasta intenté enviar señales de humo.
Cuando lo vi después de siete largos y tediosos días. Lo abracé y lo besé hasta acabármelo.
Me metí en su voz, en sus palabras. Toqué su corazón para que sintiera el mío. Y soltó las palabras mágicas. Vamos a un lugar más íntimo. Acepté de inmediato.
Ya en el cuarto de hotel, me quité la blusa y puse mis senos en su pecho.
Mientras los acariciaba, yo me lo comía a besos.
Tomó con sus dos manos mis senos y se los llevó a la boca. Erizó mi piel y mis pezones.
Lamio mi sudor con una combinación de perfume y desabrochó mi falda. No sin antes decirme…no tengas miedo, no pasará nada que tú, no quieras que pase.
Y me bajé a su parte vulnerable. Ahí saboreé sus líquidos y amé su ser.
Me cargo hasta el lavabo del baño y me abrió las piernas para besar mi clítoris. Metía su legua y jugaba con mis labios. Hasta robarme el alma a mordiscos. Alcancé en su boca el orgasmo y se deleitó con mis jugos ácidos.
Totalmente excitado tomó con su mano su miembro erecto y me lo clavó hasta arrancar un grito de mi garganta.
Me entregué a él en la intimidad del cuarto. Bajo una lámpara que distraía mi atención.
No sé cuántas veces me vine esa noche. Tampoco sé si se me había ocurrido preguntar su nombre. Lo único cierto es que mis jugos se mezclaron con los suyos. De ahí en adelante, no había día que dejáramos pasar sin ir al hotel. Donde dábamos rienda suelta al amor de amantes en celo.
Mil veces me colgué de él.
Mil veces subí y baje de ese músculo erecto, sin dar tiempo a relajarlo.
Más de mil veces entro en mi boca.
Mil veces volé con él adentro.
Por eso lo recuerdo en estas tardes de lluvia.
En esas tardes en las que saboreé todo de él. Me metí a su cama, se comió mis ansias y él se entregó a mis sueños.