¿Dónde está el gobierno?
¿Dónde está la autoridad?
¿Dónde está la justicia?
¿Dónde está dios?
Julián LeBaron
Al respetado escritor y poeta Javier Sicilia le mataron a su hijo en lo que él califica como “guerra estúpida” supuestamente emprendida para “que la droga no llegue a tus hijos”.
La droga sigue llegando alegremente, pero más cara y acompañada por balas de todos los calibres que han segado la vida de 40 mil mexicanos.
Muertos sin rostro y sin nombre, las víctimas de la “guerra” son solo cifras, tan aterradoras como inciertas. No se sabe cuántos de ellos eran soldados o policías, cuantos realmente se dedicaban al narcotráfico y cuantos a otros delitos. Tampoco se sabe el número de inocentes fallecidos, absurdamente llamados “daños colaterales”.
En consecuencia, tampoco se tienen datos desagregados por edad y sexo. Menos aun se sabe cuántas averiguaciones se han abierto ni su grado de avance. Del monto de recursos públicos dilapidados en esa “guerra” inútil, ni pregunte. Nadie sabe, nadie supo.
Tras esa nebulosa los círculos oficiales y oficiosos pretenden ocultar el evidente fracaso de la estrategia de perseguir a balazos a los delincuentes –reales e imaginarios- y militarizar la seguridad pública, acciones expresamente prohibidas por la ley. De ahí que a Calderón se le quemen las habas para que se apruebe una ley de seguridad que legalice sus arbitrariedades.
También había servido para ocultar a las otras víctimas de la “guerra”; los familiares y amigos de los muertos y desaparecidos, cuya rabia y dolor transcurren en medio de promesas y mentiras. Haberles puesto rostro y dado voz a los dolientes, es el gran mérito del movimiento emprendido por Javier Sicilia.
Desde sus primeras convocatorias –las marchas en Cuernavaca y a la Ciudad de México- se ganó la simpatía y el apoyo de amplias capas de la población y de los propios medios de comunicación. No podía ser de otra manera, su causa y su razón son incontrastables. No obstante su conocida filiación cristiana, expresada en sus mensajes y conductas, y reconocible por la presencia de organismos y personalidades de la iglesia en su movimiento, no proclama una paz y justicia celestiales sino que las reclama aquí y ahora.
Pero también y desde el primer momento, acudieron a su llamado y se sumaron a su causa diversas expresiones de lo que se conoce como “izquierda” con posiciones y demandas políticas, como lo evidenciaron los gritos de ¡fuera Calderón! en el Zócalo. Ahí mismo el propio Sicilia exigió la renuncia de Genaro García Luna, sedicente secretario de seguridad pública.
Esa demanda sacó a la luz la pugna que soterradamente se venía dando entre quienes pretenden que el movimiento se mantenga “puro” y “apolítico” para que le ocurra lo que a aquella “marcha blanca” que tan bonita les quedó y luego se ahogó en la nada, y quienes pugnan porque el movimiento se deslinde y confronte con quienes consideran responsables de la carnicería nacional.
Así que desde que se anunció la Marcha Nacional por la Paz con Justicia y Dignidad, se desató una terrible contienda entre ambos bandos. Los primeros desde cámaras y micrófonos de las cadenas privadas, la cobertura de Televisa fue asombrosamente inusual, y los segundos desde las redes sociales, pero sobre todo, y ahí radicó al final la diferencia, desde las filas del movimiento, no había pierde.
Día tras día fuimos azorados testigos de la disputa por Sicilia. Como a La Estaca de Lluís Llach, unos lo jalaban por aquí y otros por allá, pero no para liberarse como en el canto catalán, sino para que cayera de su lado.La gran batalla se libró al llegar a Cd. Juárez –lo que no significa el fin de la disputa- en las “mesas de discusión y análisis” donde los locutores no tuvieron voz y los damnificados de los “daños colaterales” hablaron recio y mostraron cualidades desconocidas, surgidas del dolor, la desesperanza y la rabia ¿quién puede exigirles mesura y paciencia a estas alturas?
El texto de la propuesta original del “Pacto Ciudadano por la Paz con Justicia y Dignidad” fue modificado y ampliado con nuevas demandas como la exigencia de modificar la estrategia gubernamental y el retorno de los militares a los cuarteles, que los oficialistas calificaron como radicales y desvirtuadoras del angelical movimiento.
La verdad es que con tantas adiciones, el Pacto de Juárez quedó como un pliego petitorio de normal rural, con todo respeto para mis camaradas normalistas. Nadie quiere recordar las grandes lecciones de la historia. Si lo hicieran, aprenderían que las ideas y no los rollos, son el motor de las grandes transformaciones sociales.
Baste recordar que el programa de la más auténtica y grandiosa de las revoluciones solo tenía tres palabras: Libertad, igualdad y fraternidad. ¿Alguien quiere agregar algo?
Cheiser: Si se hiciera el antidoping en los medios de comunicación, sobre todo en los electrónicos, se encontrarían hartos casos de dopaje con EMBUTEROL, suministrado para incrementar la masa bancaria. Sus resultados saltan a la vista, se puede consumir generosamente y nadie ha muerto por sobredosis, hasta ahora.