Leí una nota de prensa, aparecida hace pocos días, que me provocó dos reacciones distintas: primero, asombro ante la estrechez mental con que se abordan en los medios manifestaciones visibles de un fenómeno social, oculto pero indudablemente existente, como es la inequitativa distribución del ingreso nacional que ha generado, de una parte, una exigua minoría muy rica, y de otra, un mar de pobreza cuya magnitud varía según el estimador, pero que, en el mejor caso, no es menor al 50% de los mexicanos.
En segundo lugar, inconformidad y urgencia de hacerla pública, por el grado de insensibilidad, irracionalidad y soberbia de los altos funcionarios frente a las demandas de la gente humilde, que revela la nota. Ésta dice, en síntesis, que la solución al plantón que mantienen los antorchistas desde hace más de 40 días cerca de la Secretaría de Gobernación Federal, es que dicha Secretaría cambie de domicilio.
Hasta dónde entendí, no se trata de una broma. Los “argumentos” del redactor para sustentar su conclusión, aunque de ninguna manera originales, no son, a mi entender, ni simple humorada ni caricatura intencional de la realidad para mover a risa. ¿Cuáles son esos argumentos?
Que el plantón está protegido por el gobierno del Distrito Federal, el cual paga, incluso, la renta de los sanitarios portátiles que usan los plantonistas (ambas cosas, aclaro de paso, son totalmente falsas, una invención completa del reportero); que los negocios (y, por cierto, enumera puras cantinas y “restaurantes”, que son lo mismo sólo que disfrazados) ubicados cerca del campamento de los “antorchos”, están cerrando por falta de clientes; que (esto no podía faltar, claro) el sucio y maloliente campamento causa “graves trastornos” a la circulación vehicular y peatonal, con el enojo consiguiente de los afectados. Conclusión: que SEGOB cambie sus oficinas a otro lugar.
Explico primero mi asombro. Parece increíble que, alguien que vive de opinar, aborde en una tribuna pública un problema social importante (como el plantón de Antorcha, según el reportero) que es, además, síntoma inconfundible de otro problema más grave aún, la enorme pobreza y desigualdad que padecen millones de mexicanos, no diga una sola palabra sobre las razones profundas del fenómeno y se constriña a lamentarse (como las plañideras de antaño, que lloraban por paga a los muertos) y a “denunciar” sólo las molestias a los transeúntes, los daños a los “negocios” y la suciedad y “malos olores” de los pobres y su plantón.
¿Es así como los medios, y sus analistas y reporteros estrellas, cumplen su deber de informar sobre los grandes problemas nacionales que se reflejan, como el entorno en una gota de agua, en el plantón de los antorchistas? ¿Es así como buscan calar hondo en las causas de tales problemas para encontrar y proponer soluciones acertadas y justicieras? ¡Son verdaderamente sorprendentes la superficialidad y la irresponsabilidad moral y social con que se conducen, hoy en día, la clase política y sus asesores, oficiales y oficiosos, entre los cuales ocupan lugar destacado muchos medios informativos! La nota que comento así lo confirma.
Sobre mi inconformidad. ¿Es sensato, acaso, que en un país con la peor distribución de la riqueza a escala mundial, con la más insultante concentración de la misma en muy pocas manos, que se dice “libre y democrático” y con gobiernos “elegidos por el pueblo” para servirlo, se prefiera cambiar de domicilio una Secretaría antes que atender las necesidades de los más pobres, de los que se hallan en la base de la pirámide social y cargan, por eso, todo su peso?
¿Dónde quedaron las promesas de campaña de gobernar para todos, pero con más atingencia y espíritu de justicia para los más necesitados? ¿Cómo se concilia tal desdén por los pobres con reformas “de avanzada” para hacer respetar “sus” derechos humanos; con las presiones para que se apruebe una reforma política “que da más poder al pueblo”? ¿No sería de elemental congruencia comenzar por respetar, sin regateos, los pocos derechos que ya existen en la ley, como los de organización, petición y manifestación pública? ¿Es que se pretende dar “derechos humanos” y “más poder” a cambio de mejores condiciones de vida?
Por mi parte, veo indispensable subrayar lo que sigue. El plantón en SEGOB no es responsabilidad, ni mucho menos voluntad o gusto de la gente que allí se manifiesta. Estamos absolutamente de acuerdo con quienes exigen su retiro desde los medios; con quienes ven muy lamentable el caos vehicular que provocan las marchas en la Ciudad de México.
También mis compañeros antorchistas, con más y mejores razones que otros, están hartos, sí ¡hartos! de plantones y marchas (y de las injurias y amenazas que desde los medios se les lanzan en su contra, y aquí sí con toda impunidad) y arden en deseos de irse a su casa a vivir en paz con sus hijos. Doy una sola prueba y la elijo por tratarse de un hecho público, documentado por los medios: la marcha que con 25 mil antorchistas en la calle, se llevó a cabo el 31 de mayo pidiendo, expresa y públicamente, el amparo de los derechos de petición y gestión por el señor Presidente de la República.
Esa marcha puso en manos del Ejecutivo, casi incondicionalmente, la solución del conflicto: sólo pedía imparcialidad, equidad y justicia. Y si ese bienintencionado gesto fracasó, no fue por culpa de los manifestantes, como constó al país entero. Así que no es cambio de domicilio de SEGOB lo que se necesita, sino un poco de sentido del deber y un adarme (sólo un adarme) menos de soberbia de los funcionarios de esa Secretaría. ¡A los antorchistas, como a los comerciantes, como a los transeúntes, como a los habitantes de la ciudad de México, les urge volver a sus hogares a atender sus asuntos. Sólo que, desgraciadamente, eso no depende únicamente de ellos!
*Secretario General del Movimiento Antorchista