No podemos permitir que una niña de 10 años llegue a su casa de la escuela, y se encierre en su habitación para hacerse cortadas en los brazos y las piernas con un cuchillo, porque a través de los constantes insultos de sus compañeras, ella también ha llegado a menospreciarse; no podemos mostrarnos indiferentes ante un pequeño de siete años, que sufre vómitos cada mañana por la tensión que le genera la idea de entrar nuevamente a su salón de clases, y recibir burlas y golpes de parte de otros niños.
No podemos enterarnos de que un par de alumnos de 5° de primaria ha perseguido, torturado y matado a un gato dentro de las propias instalaciones de la escuela, y sólo mover la cabeza en señal de desaprobación; no debemos creer que estas son sólo “cosas de niños”, que no tienen mayor importancia. Estas son señales claras y contundentes de la violencia que existe actualmente en nuestras escuelas.
El tema del acoso escolar, mejor conocido como bullying, ha llegado a los medios de comunicación gracias a notas rojas de adolescentes que se suicidan, o que ocasionan una masacre en su escuela como venganza, pero no ha generado una reflexión profunda y comprometida por parte de la sociedad.
Es necesario reconocer que tanto estudiantes y docentes, así como madres y padres de familia, autoridades de gobierno y medios de comunicación, también juegan un papel importante en la prevención o promoción de la violencia al interior de las escuelas.
El bullying es la extensión de la violencia que azota los hogares. En una secundaria vespertina de la ciudad de Puebla, un chico sensibilizado respecto a las consecuencias de la violencia escolar me comentó: “Está bien, yo puedo dejar de pegarle a mis compañeros, pero, ¿quién convence a mi papá de que deje de golpearme a mí?”.
En otra escuela, ante la inquietud de la madre de una niña agredida por sus compañeros de poder entrevistarse con la familia de los niños agresores, la maestra de grupo argumentó que eso no era recomendable porque ya se habían dado casos en que las madres de familia terminaban golpeándose frente a la entrada de la escuela.
Las niñas y los niños aprenden del ejemplo. Las acciones son más contundentes que las palabras, si las adultas y los adultos que somos sus guías, no nos comportamos como tales, no podemos esperar comportamientos pacíficos de parte de ellas y de ellos.
Hay que reconocer que si nuestras hijas e hijos están comportándose de forma violenta con sus pares, probablemente la raíz del asunto se encuentra en el modelo de nuestras propias relaciones, en cómo tratamos a nuestra pareja, en cómo nos referimos a nuestra suegra, en cómo nos vinculamos con el vecino, o en cómo resolvemos un problema con nuestras compañeras de trabajo.
En el mismo sentido, cuando un pequeño llega a casa contando que es víctima de violencia por parte de sus compañeros, suele recibir como consejo que se defienda regresando el golpe, generando así otro eslabón más en la cadena de violencia.
“Para qué le digo al maestro que otra vez me robaron mi torta, si no me hace caso o me dice que yo tengo la culpa”, fue el comentario de un alumno de tercero de primaria de una escuela particular, cuando invité al grupo a recurrir a su maestro para resolver los conflictos que surgen entre estudiantes. “Mejor ni le decimos a la maestra cuando alguien nos está diciendo groserías, pues sólo empieza a bajarnos décimas de puntos a todos”, agregó una niña.
Las niñas y los niños requieren de maestras y maestros conscientes de la gravedad del problema de la violencia en las escuelas, que pongan atención a la dinámica social que se da en el salón de clases y en el patio de juegos, que puedan detectar a niñas y niños aislados y abusados para respaldarlos, así como a pequeñas y pequeños agresores con el fin de encausarlos, que escuchen cuando un niño pide seguridad y justicia y que sepan establecer un clima de confianza y respeto en sus aulas.
Una pequeña de nueve años me preguntó si podría considerarse violencia que su maestra usara palabras ofensivas para regañarlos, que rompiera las tareas que consideraba “mal hechas” frente al grupo, o que tirara los exámenes reprobados al piso con el fin de que el niño lo recogiera humillándose frente a sus compañeros.
Y efectivamente éstos son actos violentos. Aunque en muchos casos aún no se supera el lanzamiento del borrador o el reglazo en las manos, la violencia verbal y psicológica sigue presente, dañando la autoestima de las y los menores y estableciendo un marco de referencia negativo para relacionarse con las demás personas.
El artículo 32 de la Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de nuestro país establece que la educación debe respetar la dignidad de las y los estudiantes, así como prepararles para la vida en un espíritu de comprensión, paz y tolerancia e impulsar la enseñanza y respeto de los derechos humanos, especialmente la no discriminación y la convivencia sin violencia.
Al interior de las instituciones educativas y como señala José Tuvilla Rayo, en su libro publicado en 2006, “Convivencia Escolar y Resolución Pacífica de Conflictos”, podría trabajarse en torno a cinco principios: la cooperación, la comunicación, la tolerancia, la expresión positiva de las emociones y la resolución de conflictos, recordando que el aprendizaje de las habilidades sociales y comunicativas, y el desarrollo de la inteligencia emocional juegan un papel muy importante en la prevención de la violencia escolar. Trabajar en torno a estos valores implica realizar cambios en el clima escolar y las prácticas educativas; estas últimas incluyen el reglamento escolar, el sistema de reconocimiento, la participación de las familias, el liderazgo y la gestión escolar y el aprendizaje cooperativo. Si las niñas y los niños se sienten realmente involucrados con su escuela y con sus compañeras y compañeros
Los medios de comunicación, por su parte, ignoran la sugerencia del artículo 17 de la Convención sobre los Derechos de la Niñez que señala que deben existir y contenidos de interés social y cultural para las y los menores que promuevan su bienestar social, espiritual y moral así como su salud física y mental. Los argumentos de muchas series y caricaturas destinadas al público infantil, siguen haciendo apología de la violencia y fomentando estereotipos que facilitan la victimización de ciertos grupos de niñas y niños que sufren alguna discapacidad, obesidad o alguna otra condición que les ubique en situación de vulnerabilidad.
Actualmente el acoso escolar está rebasando las fronteras de la escuela por medio de internet, donde la exhibición, difamación y crueldad ya no tienen límites espaciales. Son menos los canales de televisión, programas radiofónicos y páginas de internet infantiles que de forma deliberada tienen el propósito de fomentar el respeto a las y los diferentes, la solución pacífica de los conflictos y la cooperación.
Por último, las autoridades deben considerar el bullying como una amenaza a la integridad física y mental de las niñas y niños, con el fin de incluir el tema en sus líneas de planeación y acción, estando conscientes de que fomentar una cultura de paz, requiere de transformaciones sustanciales en todos los ámbitos, pero que resulta imprescindible para frenar este peligroso fenómeno social.
En la Comisión de Derechos Humanos del Estado, por medio de su Programa de Atención a la Niñez, se trabaja en la defensa y promoción de los derechos fundamentales de las niñas y niños, con la finalidad de que bajo ninguna circunstancia se afecte su dignidad humana.
*Jefa del Depto. de Difusión Educativa y Capacitación de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla.