Dirigente del Movimiento Antorchista Nacional
En los noticieros televisivos nocturnos (los de mayor audiencia) del recién pasado lunes, 22 de febrero de los corrientes, pude ver y escuchar al joven gobernador de Quintana Roo, Félix González Canto, quien, atildado, rozagante, moviéndose como pez en el agua en medio del glamour que irradiaban el salón del lujoso hotel donde transcurría el evento y sus distinguidos oyentes (los señores Presidentes y Primeros Ministros de América Latina y el Caribe), pronunciaba el discurso de bienvenida a esa ?cumbre? de países cuyo denominador común es la pobreza y la casi absoluta carencia de verdadero desarrollo económico y cuyo propósito nadie acierta a definir con mínima precisión.
Me pareció insólito, casi una provocación, el que el señor gobernador, en medio de ese ambiente de lujo y abundancia para unos cuantos (entre los cuales se encuentra él, naturalmente), pero cuyo Estado se halla entre los más rezagados y desiguales del país, se pusiera a hablar con tanta desenvoltura, ante gentes perfectamente bien informadas del terreno que pisan, de cuestiones como progreso, desarrollo, crecimiento, unidad continental con miras a alcanzar un bienestar compartido por todos los países allí representados, mientras, puertas afuera del recinto donde peroraba, la pobreza, la falta de empleo, la ausencia total de programas para el mejoramiento del bienestar colectivo, urbano y rural, de sus gobernados, la carencia absoluta de políticas eficaces para un reparto más equitativo de la riqueza social, etc., campean por sus respetos sin que se note la más mínima voluntad, del orador y de sus funcionarios, de poner por lo menos paliativos bienintencionados a tan crítica situación.
Particularmente chocante y ofensiva resultó la parte del discurso en la cual el gobernador puso de relieve las grandes bellezas naturales de la así llamada (no sé por cuál de los muchos genios del moderno marketing) ?Riviera Maya?; el gran desarrollo que ha experimentado la industria turística en dicha zona, dejando implícita la consiguiente prosperidad económica que ello necesariamente conlleva, y el orgullo de los quintanarroenses y de todos los mexicanos por ser los dueños legítimos de tanta belleza y de tanta riqueza potencialmente explotable (aunque no se sepa por quién y para quién). No estoy haciendo, naturalmente, una cita textual del discurso; pero sí estoy seguro de recoger el espíritu de las palabras del señor gobernador González Canto; y afirmo que esta parte del mismo fue particularmente desafortunada e inoportuna porque al señor gobernador se le ha olvidado, y no de ahora, sino, cuando menos, desde que asumió las riendas de Quintana Roo, que los verdaderos dueños de toda esa innegable belleza, de sus maravillas naturales de todo tipo, incluyendo cenotes, playas, vegetación, topografía, lagos, lagunas y aún su mar verde turquesa, son precisamente los descendientes de aquellos mayas legendarios cuya cultura y talento asombran todavía al mundo de hoy, sumidos, no obstante, en la más degradante miseria: sin techo, sin trabajo, sin educación, sin salud, sin caminos, sin servicios básicos en sus poblaciones, y, en no raros casos, incluso sin nada que llevarse a la boca para el día siguiente, gracias a las políticas y a los políticos que, buenos para el discurso de ocasión y para el lucimiento personal, consideran siempre el poder político igual al premio mayor de la lotería nacional.
Justo en el momento en que don Félix González Canto pronunciaba su florido discurso y ponderaba hasta el éxtasis las bellezas y el desarrollo turístico de la costa caribeña de su Estado, más de 5 mil campesinos mayas, descendientes en línea recta de la civilización que creó esa maravilla de ciudad marítima que es Tulum, señora del Caribe y de la propia ?Riviera Maya?, cumplen tres meses de plantón frente a las lujosas y confortables oficinas del ?señor gobernador?, en demanda de que se les cubran 450 pesos por hectárea de maíz siniestrada por la sequía, y 200 kg por familia del mismo grano para poder sortear el hambre que los amenaza cuando menos hasta la próxima cosecha. Y es necesario reiterar que estas modestísimas peticiones, que por su miserable monto hablan bien claro de la miseria en que se debaten quienes las reivindican y deberían, por ello, causar rubor en vez de enojo a quienes no han sido capaces de atenderlas, no son una exigencia ?arbitraria? sino una promesa firmada y no cumplida por funcionarios del más alto nivel del gobierno de González Canto. En vez de ello, han optado por gastarse el dinero en una onerosa ?guerra sucia? en contra de los inconformes y sus líderes, guerra mediática cargada de falsedades, calumnias personales y amenazas, cuyo propósito es desactivar el movimiento por medio del desprestigio público y del terror.
¿Y las bellezas de la ?Riviera Maya?? ¿Y los grandes desarrollos turísticos ?de clase mundial?? ¿Y las enormes riquezas que todo esto genera? ¿A dónde se van que no alcanzan siquiera para paliar el hambre de sus legítimos dueños, los antiguos mayas, como lo prueban irrefutablemente las impresionantes ruinas arqueológicas de toda la península de Yucatán? El gobernador González Canto ha procurado y permitido que llegue a oídos de los plantonistas y de sus líderes el ?argumento? de que no resolverá sus justas peticiones porque eso lesionaría su ?dignidad de gobernante?, lo humillaría y pondría en tela de duda el sagrado ?principio de autoridad?. Alguien con dos dedos de frente le debería explicar y convencerlo de que rendirse a la razón y a la justicia, de que ejecutar un acto de verdadera generosidad hacia quien más lo necesita y lo merece, lejos de ?humillar? y de hacer perder prestigio y autoridad al gobernante, lo ennoblece ante su pueblo, lo eleva al solio de verdadero estadista a los ojos de sus contemporáneos y lo consagra ante el juicio de la historia, juez insobornable que nunca se equivoca.