19-05-2024 08:19:57 PM

Crónica de un infarto en el IMSS (segunda parte)

Los quirófanos del Seguro están en proceso de reparación-expansión (ya no se dan abasto) por lo que trasladan a mi papá a un hospital privado para operarlo.  De regreso en el San José, ya hay camas en UCI (Unidad de Cuidados Intensivos), donde está mejor cuidado y hay mejores aparatos para monitorearlo, pero la soledad y el aburrimiento para alguien consciente es terrible.

Las visitas sólo son de 7 a 8 a.m. y p.m., increíblemente sin lugar a sobornos ni chantajes hacia el personal que resguarda el paso al hospital, por lo que el paciente despierto, pasa horas y horas boca arriba sin hacer nada, sin ver a nadie más que al techo, contando el tirol. 

El familiar que se queda en custodia no está mucho mejor: una silla es la asignada para estar las 24 horas de manera obligatoria, resguardando al paciente, sin nada permitido mas que una manta. Ilógico, pero real.  Hace 12 años, que vivimos la misma pesadilla, se podía dormir en el suelo, pero desde hace algún tiempo ya está prohibido, por dar ?mal aspecto?.  

Uno acata obedientemente las órdenes de la trabajadora social, aunque a las tres de la madrugada, entre el frío y el cansancio, surge la duda sobre si vendrá el Presidente Calderón de visita a esa hora, como para mantener el ?buen aspecto?.   Algunos se las arreglan para colar ?sleeping bags? y extenderlos después de la ronda de las cero horas, de la policía que resguarda el orden del nosocomio.

También, después de la ronda policiaca, pronto se comparte el tip de que, en el primer piso, hay venta de tortas, galletas, jugos y agua.  Está prohibidísimo ingresar alimentos al hospital, pero no creo que haya un solo familiar de pacientes, un solo médico, una sola enfermera de guardia, que se quejen de la bendición que significa tener acceso a alimentos sin salir a la calle en una colonia tan peligrosa, en la que ronda la famosa banda de Los Pitufos.

Nuevamente, algo ilógico, pero real.  Ilógico porque cómo pretender que las personas sobrevivan los turnos que deben pasar, sin probar alimento alguno, pero real porque si se permitiera libremente el paso de alimentos, pronto dejaría de ser un hospital para ser un restaurante con ratas y cucarachas.

Es impresionante la sinergia y complicidad que puede tener la gente en situaciones extremas. De otro modo, ¿cómo explicar que los expectantes se organizan para designar lugares en el suelo contra toda regla y administrar los sarapes para hacer un mejor colchón para el equipo?

El 22 de enero amanece y algunos corremos con la suerte de tener más familiares que puedan relevarse entre sí en la pesada guardia; los que están solos, sólo tienen un breve permiso por parte de la trabajadora social, para ir a desayunar.  Claro, después de la revisión matutina de su parte y el obligado regaño posterior a que descubriera que todos tienen más de una de las mantas permitidas.

Casi la totalidad de esta sala de espera no tiene nada con que entretenerse mas que la preocupación. Muchos platican, intiman, pero lamentablemente cuentan puras historias de más tragedia.  Hago oídos sordos y nuevamente bendigo mi Blackberry con jueguitos y el libro que leo,  ?Diablo Guardian? de Xavier Velasco.

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