18-05-2024 02:16:51 AM

El despertar de las masas

Dirigente del Movimiento Antorchista Nacional

En estos días propicios, nos ha caído encima una catarata de discursos optimistas con claros fines anestésicos. Y no es para menos. Todo 2009 fue de duro castigo para la economía familiar de quienes perciben salarios fijos, carecen de ingreso seguro o, de plano, sobreviven en el desempleo total. Sumados estos segmentos constituyen, indudablemente, la inmensa mayoría de los 106 millones de seres humanos que habitamos en este país. Y, contra lo que la lógica elemental haría esperar, el 2010 nos saluda, no con un simple tambo, sino con toda una batería de pipas de gasolina arrojadas al fuego, dizque para tratar de controlarlo. Por ejemplo, la reforma hacendaria eleva la tasa del IVA, del ISR, del IETU, el precio de los cigarros, la cerveza, el alcohol potable en cualquiera de sus presentaciones, el impuesto a los depósitos bancarios en efectivo, y así por el estilo; el gobierno federal, por su parte, subió el precio de la gasolina, del diesel, del gas doméstico, de la electricidad, del peaje en las carreteras de cuota (que son ya casi todas las del país) y, finalmente, el gobierno perredista de la capital hizo aprobar aumentos (“ajustes”, les llama eufemísticamente) a casi todos sus servicios: metro, agua, tenencia vehicular, documentos oficiales, etc. Y ante tal diluvio de exacciones a un pueblo ya de por sí exhausto, sólo se acierta a decir que “ya mero salimos del bache” y que “ya se vislumbra la luz al final del túnel”.

Pero eso no es cierto por la sencilla razón de que la política de seguir exprimiendo al pueblo trabajador, hasta extraerle la última gota de jugo vital, con una política impositiva que, literalmente, le arranca el pan de la boca, además de ir  en sentido contrario al que reclama su pobreza, deja intactas las causas orgánicas, estructurales que desencadenan y explican estos terribles fenómenos de desigualdad y de polarización social. Tales causas pueden reducirse a dos: una, el propio modelo económico que, pensado sólo en términos de crecimiento pero no de verdadero desarrollo para todos, nos mantiene anclados en una economía maquiladora y dependiente del mercado de los Estados Unidos; y dos, la altísima concentración de la renta nacional en unas cuantas manos, mientras las grandes mayorías trabajadoras sobreviven con salarios de hambre, sometidas a fuerza de látigo y circo. Esta última causa se torna más perniciosa por el hecho de que, quienes se llevan la parte del león de la renta, invierten sólo 20 centavos de cada peso que reciben, y dilapidan en lujos y placeres los 80 centavos restantes. Repito: a nada de esto se le toca ni un pelo con las “reformas” de año nuevo; y es obvio que para que “salir del bache de una vez y para siempre” no sea una engañifa más como tantas otras, es indispensable que ambos elementos estructurales sean erradicados y sustituidos por otros que sí ataquen el mal en su verdadera raíz.

Pero es obvio que los privilegiados con el actual estado de cosas son los menos interesados en un verdadero cambio. Pedirles eso es, más que ingenuidad, una verdadera insensatez. Tales medidas sólo puede efectuarlas con éxito un gobierno surgido de la entraña popular, firmemente respaldado, además, por el mismo pueblo previamente educado y organizado. La tarea consiste, pues, en lograr que el pueblo entienda esto; que sepa que, por muy difícil que sea la tarea, a él y sólo a él toca realizarla. Ahora bien, la educación de las masas no se logra (no al menos en lo fundamental) a base de libros, con el estudio de la literatura especializada; por su propia índole, esta tarea se cumple sólo a través de la lucha misma, sólo midiendo constantemente fuerzas con el enemigo, mirándolo cara a cara y conociéndolo a fondo en cada episodio de la lucha por una vida digna; sin violentar el marco legal vigente y evitando caer en cualquier tipo de  aventurerismo, pero con absoluta decisión y valentía. Y algo más: los pobres deben entender también que sólo a través de su lucha, sólo a través de compartir con ellos sufrimientos, fracasos y victorias, es como se pueden y deben formar sus verdaderos guías y dirigentes, es decir, sus gobernantes populares del futuro. Tienen que despojarse, de una vez por todas, de la ilusión de que el problema se reduce a “escoger bien” entre las opciones que les ofrece la propaganda oficial y comercial; aprender que, mientras sigan eligiendo entre políticos educados, fogueados y publicitados por el propio sistema, seguirán siendo víctimas del engaño y de las falsas promesas de campaña con que acostumbran escamotearles el voto.

Por eso es un poco divertido corroborar que el gobernador poblano, licenciado Mario Marín Torres, está convencido de que su tarea es “derrotar” al plantón antorchista que está a punto de cumplir ocho meses redondos frente a sus oficinas, en demanda de justicia social; que lo hayan hecho creer sus “politólogos” de cabecera que “ya era hora de que alguien se fajara los pantalones” y le pusiera “un alto definitivo” a ese monstruo presupuestívoro que es el Movimiento Antorchista; que la mejor herencia que puede dejar a su sucesor es una Antorcha amansada o muerta. Sorprende la ingenuidad de sus “operadores” tratando de convencer a los plantonistas de la inutilidad de su lucha, puesto que la decisión ya está tomada: “para Antorcha ni agua”. Nadie del marinismo ha entendido, por lo visto, que el primero en darse cuenta de esto es el propio Movimiento Antorchista y que, en consecuencia, su tenacidad persigue otro propósito: demostrar a los pobres de Puebla y de todo el país que no deben esperar alivio a su situación, de este o de cualquier otro gobierno, sin luchar; que su movimiento es ahora, básicamente, de carácter educativo para ellos, para el pueblo pobre en general y para formar, en el yunque de la protesta democrática y pacífica,  a los cuadros políticos que, en un futuro no muy lejano, seguramente gobernarán por ellos y para ellos. En esta tesitura, mientras más dure el plantón, mejores resultados se alcanzarán. Así se explica, señores, la terquedad, la resistencia y la alegría del plantón del antorchismo poblano. ¡Salud!

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