Si usted, como muchos de nosotros, pensaba que el ex alcalde de Puebla, Enrique Doger, iba a ser el hueso más duro de roer en el proceso interno priista, le comento que de plano nos equivocamos rotundamente.
Ahora, es la presidenta municipal de Puebla la que se ha propuesto complicarle al inquilino de Casa Puebla el proceso de unción de su delfín político.
Sí, así como lo lee.
Blanca Alcalá, con ese candor que irradia, con esa imagen light que a los treintones nos recuerda a Candy Candy, está decidida a vestirse con el traje de la rebeldía partidista en aras de amarrar una negociación que le permita garantizar su supervivencia política en el mediano plazo, o bien, en el mejor de los casos, reventar el proceso para convertirse en la natural “tercera vía”.
Si bien hay mucho de romántico en la visión de que al final pudiera resultar la candidata al gobierno del estado, la alcaldesa sabe que, en el peor escenario, puede estirar la negociación de tal manera hasta que obtenga una promesa de ir en la fórmula priista que buscará llegar al Senado de la República en el 2012.
Ahora bien ¿cómo explicar el comportamiento reciente de Alcalá?
¿Estrategia o bipolaridad política?
¿Quién o quiénes están detrás?
La metamorfosis de quien hasta hace muy poco era considerada como uno de los principales activos del priismo poblano se explica bajo la óptica de la reciente conformación de un grupo de priistas que intenta a toda costa impedir el cada vez más cantado dedazo de Mario Marín y que está detrás de cada paso y cada decisión que en el tema político toma Blanquita.
Cuándo declarar, cuándo guardar silencio, cuándo apretar y cuándo aflojar en la negociación, son producto de una estrategia que se opera desde este búnker antimarinista ideado por los ex gobernadores Manuel Bartlett y Melquiades Morales y que tiene como cabezas visibles a Enrique Doger Guerrero, Víctor Manuel Giorgana y José Luis Flores Hernández, este último asesor de cabecera de alcaldesa.
Alcalá sabe lo que vale, por lo menos en términos de la percepción de la ciudadanía.
El hecho de que en reiteradas ocasiones el Comité Directivo Estatal de su partido la haya excluido de la medición que realiza Demotecnia, y que el resto de los ejercicios similares que sobre intención de voto se han publicado en varios medios locales hayan seguido la misma estrategia, lejos de minar el ánimo de Alcalá, la han orillado a adoptar una postura de potencial de ruptura con la plana mayor de su partido y con quienes ocupan hoy las más altas esferas del poder político local.
Ella sabe mejor que nadie que es la pieza clave para que el delfín marinista tenga la legitimidad necesaria para evitar que sus bonos caigan, pero no venderá tan fácil el tan ansiado y cada vez más inminente levantamiento de mano.
“Les va a costar y mucho”-le confía a sus cada vez menos incondicionales.
Lo anterior, se ha vuelto más que evidente en el tono y los modos que ha asumido la alcaldesa en las diferentes reuniones que ha sostenido con los dirigentes del priismo poblano.
Ahí, Alcalá ha manejado inclusive que su partido, el PRI, no le ha “servido para nada”.
Blanca sostiene en corto que su triunfo electoral se debió más al voto de la sociedad civil apartidista y no a la operación electoral de la estructura y los sectores del tricolor.
“Votaron por mí, por mi imagen, por lo que represento y no por la marca, que al final fue lo que me restó”- asegura sin tapujos la presidenta municipal.
Lo anterior, aunado a una serie de violaciones sistemáticas a cuestiones básicas de cortesía política, como no invitar al propio gobernador o a algunos de los miembros del gabinete estatal que considera “incómodos” a eventos organizados por el gobierno de la ciudad, han convertido a la candorosa Blanquita en una irreconocible e incómoda pieza de un rompecabezas al que le falta todavía mucho para que quede armado tal y como desde muy arriba se ordenó.
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