La publicación de encuestas y la contundente coincidencia de los números que ubican de manera muy clara a los priistas que aspiran suceder a Mario Marín, entre un electorado potencialmente participativo en la contienda del próximo año, ha modificado radicalmente la estrategia tricolor de selección de su abanderado.
Si bien la intención de las altas esferas del poder político local de perfilar a un candidato “consentido” se mantiene intacta, es decir, el fondo de la sucesión no ha cambiado, se tendrá que trabajar ahora en la legitimidad del elegido, es decir, en la forma.
Del incuestionable e inapelable capricho del gobernante, el priismo poblano tendrá que avanzar gradualmente hacia un proceso abierto en donde tengan derecho de participación directa aquellos que militan en el partido y que conforman la estructura con la que el tricolor intentará mantener la gubernatura del estado.
Un asunto de mínima justicia para quienes son la verdadera fuente de votos para el partido y que en la mayoría de las ocasiones son relegados de las decisiones importantes para el mismo.
Sí, técnicamente las cosas han cambiado de manera radical, aunque el resultado final pudiera no variar.
A pesar de lo que pudiera pensarse, y de la variada gama de interpretaciones que se le han dado a las encuestas, lo anterior pudiera ser el mejor escenario para el candidato favorito de Casa Puebla.
Mitofsky y Demotecnia han medido no sólo la intención de voto de los aspirantes entre la ciudadanía, sino el posicionamiento de cada uno de ellos al interior del Revolucionario Institucional.
Si bien afuera existe un empate técnico entre López Zavala y Doger, los números varían cuando le preguntan a los priistas, quién consideran que sería su mejor candidato.
Aquí, es cuando el llamado “delfín” se despega de manera considerable, lo que lo perfilaría como el aspirante que mayores posibilidades tiene de ganar un proceso en donde la militancia vote para elegir a su candidato.
Lo anterior, serviría para eliminar el tufo del dedazo en la selección del abanderado priista, abonando a la legitimidad de quien al final aparezca en la boleta en el 2010.
Muere así el mito de “el gran elector” y de paso se acaba con la siempre incómoda etiqueta de “candidato oficial”.
El ganador, lo será ahora por voluntad de la militancia y no por capricho personal o de grupo.
La diferencia es enorme si se cuidan las formas del proceso interno y son capaces de blindarlo de la acción de las siempre inquietas manos externas que podrían alterar las condiciones de legalidad y de igualdad de participación, condiciones fundamentales para que el proceso refleje fielmente la voluntad del priismo poblano.
De no ser así, los costos podrían ser demoledores para la unidad del partido y su estructura.
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