17-04-2024 10:44:32 PM

La fe presidencial

No, no se vaya con la finta.

En esta ocasión, no analizaré la apología de fe que protagonizó en Puebla Felipe Calderón bajo la óptica de lo que algunos llaman mi “jacobinismo decimonónico trasnochado”.

Al contrario.

No puedo estar más de acuerdo con el señor presidente: la situación actual del país amerita urgentemente la intervención divina.

De quien sea, faltaba más.

La mala suerte y la fatalidad han sido los ingredientes principales de este sexenio.

Como pocas veces en la historia del país, el mandatario ha tenido que sortear toda clase de dificultades, la mayoría ajenas a su ámbito de responsabilidad, pero cuyas consecuencias directas ha tenido que enfrentar.

Primero, una autoridad electoral timorata y tibia que ensombreció irremediablemente la legitimidad con la que accedió al poder.

Después, un congreso divido, con la máxima tribuna legislativa tomada por sus opositores, lo que lo obligó a tomar protesta en un evento al vapor, muy lejano a aquellas ceremonias faraónicas que se organizaban cada vez que alguno de aquellos tlatoanis priístas se convertía en el elegido para perpetuar la gloria de la mal llamada “familia revolucionaria”.

Apenas se sentaba en la silla presidencial, Calderón se enfrentó a la realidad nacional en materia de narcotráfico y delincuencia organizada.

Esa que por décadas fue tolerada y fomentada por los gobiernos en turno, incluyendo por supuesto al de Vicente Fox.

Fue como abrir la Caja de Pandora.

Felipe descubrió, seguramente con asco y rabia, como estos grupos delictivos habían corrompido con su poder económico prácticamente a todas las estructuras que conforman el tejido social, tanto en el ámbito público como en el privado, y debe de haber calculado también el enorme obstáculo que esto representaría para poder gobernar.

La guerra ha sido sin cuartel y el saldo en materia social no puede ser peor.

Cuando empezaba a tomar las riendas del país, su amigo, compañero de lucha y potencial futuro delfín, además de Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, pierde la vida en un muy cuestionado accidente aéreo.

Y luego, la economía, la pinche economía.

Se caen los mercados internacionales, el modelo hegemónico colapsa, las economías más estables se resfrían y como consecuencia lógica, las emergentes se enferman de pulmonía.

Ningún especialista dimensionó el tamaño del problema.

México, a pesar del optimista discurso oficial, resintió con fuerza los efectos de la crisis.

Devaluación de la moneda, recortes presupuestales, cierres de empresas, contracción de los mercados, caída en las exportaciones, más lo que se acumule esta semana.

Y cuando pensábamos que peor no podíamos estar, llegó la emergencia sanitaria.

Nuestro país enfrentó, antes que nadie, las consecuencias de la pandemia provocada por una extraña mutación del virus de la influenza.

La alarma se detonó, los casos se multiplicaron, los muertos llegaron y las restricciones dictadas por las autoridades federales para controlar la epidemia provocaron, además del pánico de la población, la parálisis de sectores importantes de la economía del país.

Ya como cereza del pastel, México vive la peor sequía en los últimos treinta años.

La lluvia se sumó gustosa al complot contra el país y decidió, caprichosa al fin, brillar por su ausencia.

En zonas urbanas, los recortes al suministro de agua son la constante.

En el campo, la situación la definen ya como de “emergencia alimentaria”.

Y lo que falta.

En este contexto ¿se puede criticar al presidente por intentar conseguir un poco de ayuda extra para salir bien librado de todo esto?

Por supuesto que no.

La pregunta ahora es ¿cuántos Señores de las Maravillas necesitamos para lograrlo?

 

latempestad@statuspuebla.com.mx

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