05-05-2024 12:41:03 AM

La tragedia de Sonora y el fariseísmo político

Dirigente del Movimiento Antorchista Nacional

Me interesa mucho, como siempre que se trata de asuntos de extrema sensibilidad humana, dejar bien claro que, como todo mundo, lamento sinceramente la horrible tragedia de 46 niños (hasta ahora) a quienes sorprendió la muerte cuando menos lo esperaban y en el lugar donde menos lo esperaban, es decir, allí donde sus padres pagaban una buena suma para que personal capacitado los mantuviera a cubierto de peligros como el que finalmente tronchó su corta vida. Creo honradamente que todos quienes nos hemos enterado de tan terrible suceso, sentimos en carne propia el dolor incurable de las familias afectadas y les brindamos desinteresadamente lo único que se puede dar en estos casos: afecto, comprensión y solidaridad. ¿Qué más podemos hacer?

Sentado esto, debo decir, sin embargo, que estoy también harto y ofendido por el diluvio de sentimentalismo barato que, con tan trágico motivo, nos han echado encima medios y declaradores oficiales y oficiosos; por las grotescas y exageradas expresiones de un fingido dolor y de una más fingida indignación cuyo verdadero propósito es elevar el “raiting” de los noticiarios y ganar votos fáciles en estos días de elecciones. Me desazona irremediablemente el innecesario ensañamiento mediático y declarativo en contra de los dueños, administradores y operadores de la guardería ABC; la machacona insistencia para que se les aplique “todo el peso de la ley” (la horca o el paredón tal vez); para que “no haya impunidad, caiga quien caiga”; etc., etc.; como si fueran ellos los primeros y los únicos que, en este país donde todo funciona a la perfección, hubieran descuidado sus deberes e incumplido su responsabilidad social. Y no estoy sugiriendo que se deje sin castigo el grave descuido causante del desastre; simplemente estoy diciendo que no es necesaria tanta reiteración, tanta repetición de lo mismo noche a noche, tanto manoseo de los detalles más macabros del incendio, porque eso hace a los atribulados y seguramente involuntarios responsables de la tragedia, blanco de la rabia y el odio colectivos que, precisamente por ser colectivos, suelen ser ciegos. Ello obliga a las autoridades a obrar con precipitación (con el riesgo de inventar culpables, como bien dijo el gobernador de Sonora) y a aplicar castigos y sanciones desproporcionados a la  culpa, lo cual, ni aquí ni en China, significa hacer verdadera justicia.

Pero hay algo de mayor trascendencia en el linchamiento mediático y político que digo. Al focalizar la atención pública sobre lo ocurrido en Sonora de manera descontextualizada, aislándolo de la realidad nacional como si nada tuviera que ver con el clima generalizado de corrupción, de ineficiencia, de irresponsabilidad social de los poderes públicos, de influyentismo, nepotismo, patrimonialismo del poder, privilegios para pocos e injusticia social (y legal) para las mayorías empobrecidas, lo que se logra es hacer del caso ABC y de sus desafortunados protagonistas, un autentico chivo expiatorio, una víctima propiciatoria para que paguen ellos solos (como el Cordero de Dios pagó con su muerte todos los pecados del mundo), las culpas de nuestra desorganización social. Con ello se manipula al país entero mediante el mensaje subliminal de que, salvo en Sonora y en la guardería ABC, los mexicanos vivimos en el mejor de los mundos posibles. Y no es así. Lamentable y muy dolorosa es la muerte de 46 inocentes en Sonora, sí, pero, ¿son los únicos inocentes que han muerto en México por culpa del mal funcionamiento de sus instituciones? ¿Y los cientos, y aun miles, que mueren de desnutrición cada día; de enfermedades curables por falta de agua limpia y de medicina oportuna y barata; ahogados o aplastados por sus humildes chozas con cada temblor, con cada ciclón o al caerles encima cerros enteros desgajados por las lluvias? ¿Y los que, por decenas y cientos, se prostituyen en las calles para llevar pan a sus hogares, o los que se envenenan paulatinamente y terminan siendo verdaderos homúnculos, con los químicos que respiran en los campos agrícolas de Nayarit, Sinaloa, Sonora y las Californias?

Muy lamentable y condenable la falta de medidas de seguridad en la guardería ABC; pero, ¿no pasó lo mismo en la discoteca News Divine, en donde la tragedia se precipitó por culpa de los llamados “cuerpos de seguridad”? ¿Y ya se nos olvidó, acaso, lo que pasó en “Lobohombo”, donde las causas del desastre fueron exactamente las mismas que en ABC? ¿Cuántos presos y sentenciados hay en las cárceles por esos horrendos crímenes? Condenable por donde se le vea el nepotismo, el patrimonialismo del poder y el influyentismo en el caso Sonora; pero, ¿ya se nos olvidó que eso viene desde la época virreinal y que los gobiernos priistas sólo actualizaron y modernizaron esas plagas? Y las aventuras y desventuras de la “pareja presidencial” y sus vástagos en el sexenio pasado, ¿ya se nos olvidaron también?

Nada. No hay para donde hacerse. La tragedia de Sonora no es, de ningún modo, una anomalía (como un bebé con dos cabezas) en nuestro medio; es el fruto consustancial y necesario de un país y de una sociedad mal organizados, mal dirigidos y que funcionan, por tanto, mal en todas sus tareas y responsabilidades fundamentales. Por ello, el mejor servicio que pueden prestarnos las víctimas inocentes de ABC es recordarnos, demostrarnos, gritarnos a la cara que ellos no son los únicos; que lo que a ellos los mató súbitamente, es lo mismo que está matando lentamente a la gran mayoría de los niños mexicanos, y aun a los adultos: corrupción, nepotismo, influyentismo, abuso de poder, torcida aplicación de la ley y una pésima distribución de la riqueza nacional. Eso es lo que deberían decir y subrayar los medios informativos y los políticos en campaña, en vez de seguirse rasgando hipócritamente las vestiduras con jeremiqueadas que pretenden ser gestos de protesta y de solidaridad con los familiares de las víctimas. Urge corregir el rumbo entero del país y  no sólo perfeccionar la subrogación de las guarderías del IMSS. Que nadie se engañe.

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