Y al final, la lógica se impuso.
Los frágiles equilibrios que mantenían la relación Henaine –Bernat bajo ciertos niveles de prudencia y cortesía, se rompieron ya definitiva e irreversiblemente.
Así tenía que ser en una directiva fracturada que se sostiene con alfileres.
El primer capítulo se escribió en el prestigiado restaurante El Granero, allá en la colonia del Valle, en el meritito Garza García, Nuevo León, unas horas antes del partido en el que el Puebla de La Franja se jugaba su pase a las semifinales del actual torneo.
Ahí coincidieron los enemigos íntimos, los irreconciliables, los que en público y en privado hacen todo lo posible por darnos a entender que no se quieren pero ni tantito, pero que por un asunto de absoluta y pura conveniencia no les queda más remedio que aguantarse.
Henaine y Bernat coincidieron en este, que es considerado por los especialistas como uno de los 10 mejores restaurantes del todo el país.
Ni se pelaron, como si no existieran.
Cada uno llegó con su pléyade de amigos, apoyos, incondicionales y lambiscones, comieron y bebieron y después, cada uno por su lado, salieron rumbo al estadio Tecnológico de Monterrey para ver a “su equipo” (¿de quién será realmente a estas alturas?) enfrentar a los rayados.
Ahí fue en donde se armó, y grande.
La directiva del Monterrey dispuso de un sólo palco para los dirigentes poblanos, palco que ocupó en su totalidad la familia Bernat y sus invitados.
No había ya entonces lugar para Henaine y compañía.
Como era de esperarse, Ricardo hizo todo lo posible por darle a entender a los regios que él y nadie más es quien realmente maneja al equipo, no lo logró, montó en cólera e intentó ingresar por la fuerza al palco destinado a la directiva poblana.
Los Bernat se lo impidieron y entonces inició el torneo de gritos, mentadas de madre y demás linduras que, durante meses, se habían guardado con dificultad ambos directivos.
El exabrupto alcanzó tal magnitud que estuvo a punto de ocasionar un enfrentamiento a golpes entre el personal de seguridad de ambos personajes, todo ante los ojos atónitos de representantes del equipo Monterrey, que ya no encontraban la forma para intentar que la sangre no llegara al río.
Al final, a Henaine no le quedó más remedio que quedarse fuera del estadio ya que es Francisco Bernat el único directivo poblano con la afiliación oficial a la Federación Mexicana de Fútbol.
Y entonces, la llamada llegó.
Y la amenaza fue por demás contundente.
Unos minutos antes de enfrentar el partido más importante de su vida como director técnico, José Luis Sánchez Solá tuvo que atender una alerta urgente, repetitiva, que sonaba en su Nextel.
El identificador de llamadas mostraba el nombre de quien buscaba de manera obsesiva al famosísimo Chelis: Ricardo Henaine.
-“¡Qué güeva!”- debió de haber pensado antes de atender, pero ni hablar, jerarquías son jerarquías.
Al otro lado de la línea, oyó aquella inconfundible voz de barítono de la Scala de Milán que le advertía: “No me dejan entrar, o me consigues boletos para mí y mis acompañantes o te olvidas de los 10 millones de pesos que les prometí en premios a ti y tus jugadores”.
Así de claro, así de contundente, así de asqueroso.
Y fue entonces como Chelís tuvo que distraer parte del importantísimo tiempo previo al inicio del encuentro, ese que se aprovecha para cerrar filas, para afinar detalles, para concluir la táctica y acentuar la motivación, para hablar con Bernat, conseguir los boletos, garantizar que a sus jugadores les cumplieran lo pactado, evitar un auténtico choque de trenes con potenciales consecuencias terribles para la organización y resolver, por lo menos temporalmente, este aburrido pleito entre comadres que puede dar al traste con todo lo logrado hasta ahora en el plano deportivo, el más importante.
Fue por eso por lo que Henaine acabó en la tribuna, aceptado a regañadientes por quienes viajaron más de 20 horas en autobús para apoyar al equipo.
Nada más.
Por cierto, cuando la lluvia comenzó, el directivo brilló por su ausencia liberando a los auténticos aficionados de tan incómoda presencia.
Y lo que falta.
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