28-04-2024 10:54:17 AM

In memoriam, Humberto Gutiérrez Corona

 

Dirigente del Movimiento Antorchista Nacional

 

El sábado 25 de abril de los corrientes pereció, en un trágico accidente automovilístico, el Biólogo Humberto Gutiérrez Corona, uno de los 75 elementos que integran la Dirección Nacional del Movimiento Antorchista y responsable, a la sazón, de la tesorería del H. Ayuntamiento de Chimalhuacán, en el Estado de México. El mortal accidente ocurrió cerca de la ciudad de Toluca, a cuyo aeropuerto se dirigía nuestro compañero para abordar un vuelo a la ciudad de Chihuahua.

Humberto Gutiérrez Corona nació en Colima, capital del Estado del mismo nombre, el 25 de marzo de 1957, en el seno de una familia honorable y laboriosa y, por eso mismo, de modestos recursos económicos. Tenía, pues, al morir, 52 años de edad. Cursó sus estudios de biología en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, y allí mismo obtuvo su título profesional. Se disponía a seguir la carrera de investigador, que se anunciaba muy prometedora dadas sus destacadas dotes intelectuales y su gran capacidad de trabajo, para lo cual hubo de radicarse en la ciudad de San Luis Potosí; y fue allí, precisamente, donde se decidió por la militancia definitiva en el Movimiento Antorchista Nacional. Eso cambió radicalmente el curso de su vida: movido por una sensibilidad poco común ante el dolor ajeno, y acuciado además por una íntima necesidad de congruencia que era en él una segunda naturaleza, cambió el laboratorio, la biblioteca y el campo experimental por la lucha política dura, sacrificada y consecuente en pro de la organización y de la educación política de la gran masa desamparada  de nuestro país. En San Luis Potosí conoció también a la que sería su compañera de toda la vida, la destacada luchadora social María de la Luz Cifuentes Barba, miembro también, por méritos propios, de nuestra Dirección Nacional y actual dirigente del antorchismo en el Estado de Aguascalientes.

Muchas cosas buenas, bellas y nobles hizo por los desvalidos Humberto Gutiérrez Corona. Con sus aciertos, con los resultados altamente positivos que obtuvo en todo lo que emprendió y encabezó, podría yo no sólo agotar este espacio periodístico, sino incluso las páginas de un libro de apreciable grosor. Pero los mexicanos somos, con razón, bastante incrédulos y desconfiados respecto a la sinceridad y veracidad de los elogios provocados por una lamentable tragedia como la que aquí comento. Por experiencia sabemos que los panegíricos de los muertos suelen ser más una cortesía con los deudos del difunto, más el fruto de la sensiblería momentánea que contagia a todos, que un retrato sobrio, objetivo y riguroso del desaparecido. Por eso, renuncio voluntariamente a la tentación de un inventario poco creíble, por apresurado y copioso, de todos o los principales logros de Betito, querido y respetado amigo mío y de todos los antorchistas del país. Me limitaré a destacar, en compensación, algo que es absolutamente infalsificable, imposible de inventar, de exagerar o de menospreciar; una evidencia sólida, comprobada y comprobable por todo el que quiera hacerlo y que es, además, el mérito decisivo, el más fundamental de su personalidad, aquel sin el cual nada de lo que se diga sobre él, ahora o en el futuro, sería posible y por lo tanto creíble. Me refiero al hecho incontestable de que Betito, en una actitud realmente distinta y superior a la de todos sus contemporáneos en circunstancias similares, renunció sin vacilar, cuando así se lo demandó la vida y se lo impuso intrínsecamente su lucidez intelectual y su sensibilidad humanística, a cualquier interés personal o familiar; al muy humano deseo de proporcionar a los suyos bienestar económico y tranquilidad hogareña; a conquistar laureles científicos, prestigio académico junto con el correspondiente ascenso social; para dedicarse por entero, de lleno, de una vez y para siempre, a la lucha por los más desvalidos que poco o nada de eso podía ofrecerle.

En pocas palabras, nuestro querido Betito (como le llamábamos todos) lo dejó todo, lo sacrificó todo por la causa de los humildes: carrera profesional, vocación científica, afectos paternos que reclamaban su atención, ingresos seguros, tranquilidad doméstica imposible de conseguir cuando alguien se lanza al fragor de la lucha y es zarandeado por ella, sin arrepentimientos ni vacilaciones de ningún tipo. Y una prueba de que todo fue tal y como aquí lo afirmo, es el hecho que ya dijo, y lo dijo muy bien, la inteligente periodista Laura Castillo García en su columna “Jardín de la Corregidora”, aparecida el domingo 3 de mayo en Uno Más Uno: tras de su muerte, Betito no deja a su viuda y a sus dos hijos absolutamente nada material; ni una casa, ni auto, ni un perro, porque nada de eso pudo ni quiso edificar con su lucha social. En este sentido (quiero decirlo aquí y ahora en respuesta a los insistentes ataques en contrario de que somos víctimas) Betito es, ni más ni menos, que un ejemplar típico, una réplica idéntica de sus demás compañeros de la Dirección Nacional Antorchista. En efecto, todos, incluido el que esto escribe, estamos en la misma situación, es decir, entregados de lleno a la organización y educación de los pobres, con renuncia total a los intereses y al afán de riqueza personal. Todos, como Betito hoy, podremos poner sin rubor como epitafio sobre nuestras tumbas, cuando llegue el día, lo que dijo el poeta: “Y cuando llegue el día del último viaje / y esté al partir la nave que nunca ha de tornar / me encontraréis a bordo, ligero de equipaje / casi desnudo, como los hijos de la mar”.

Dos hijos procrearon Betito y Lucha: Humberto Y Goneril Paloma Gutiérrez Cifuentes. Nada material les hereda, pero los deja en Antorcha y con Antorcha y él sabía bien que eso basta y sobra. Ambos jovencitos, para fortuna de su viuda y nuestra, son intelectualmente muy destacados y con un corazón bueno y sensible como el de su padre. Con esas prendas serán lo que ellos quieran; llegarán hasta donde ellos quieran. Antorcha se los garantiza y ellos saben que esta garantía es muy superior a cualquier otra que hubieran podido heredar. El tiempo lo demostrará.

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