Dos hermanitos de 7 años y de 5, platican en su cuarto:
“Oye, ¿te fijaste que mamá y papá dicen que ya somos grandes?”
“Sí, eso dicen a todos, ¡que ya somos MUUY grandotes!”
“Bueno. Por eso, yo creo que ya deberíamos hablar como hablan
ellos, los adultos, ¿no?. Mira: cuando nos llamen a desayunar, yo
diré ‘chingao’ y tú vas a decir ‘pendejo’, ¿sale?”
El pequeño asiente, entusiasmado.
Cuando ya están sentados en la mesa del comedor, aparece la
madre con aspecto cansino, y les pregunta de manera mecánica
y aburrida que qué van a querer de desayunar. El niño mayor
responde:
“Mm… déjame pensar… ¡qué chingaos! ¡comeré Corn Flakes!”.
Estupefacta, la madre se queda paralizada un instante, pero
reacciona rápidamente y le asesta una sonora bofetada. El niño
se para y corre a su cuarto, llorando.
Muy alterada y con voz más seria, la madre pregunta al menor:
“¡Y TÚ, chamaco! ¿qué vas a querer de desayunar?”
“Este… no lo séé… ¡pero de pendejo pido Corn Flakes!”
LA PIPI
Escena cotidiana nocturna en muchos hogares, diez minutos
después de haber enviado a los chicos a la cama:
“¡Papiiii …!”
“¿Qué quieres, hijo?”
“Tengo seed! … ¿me puedes traer un vaso con agua?”
“No, hijo. Ya tomaste suficiente agua en la cena”
(Diez minutos después)
“¡Papiiiii!”
“¡¡&%$@$@&!! ……… ¿Y ahora qué es, hijo?”
“¡Por favor, por favorooor.. tráeme agua, que tengo mucha seed!
“¡NO! ¡Te puedes hacer pipí en la cama! ¡Y si sigues con eso, me
voy a levantar y voy hasta allá a darte una NALGADA!”
(Un minuto después)
“¡Páá! … y cuando vengas a darme una nalgada, ¿puedes traerme
de pasadita un vaso con agua?”